Opinión

Cuando sólo falta que un perro te orine

Para leer con: “Orinoco Flow”, de Enya

Pobre día, todavía no sabe que será un fracaso y aún así quiere acercarse.

Si tan sólo existiera una app para recibir alertas de jornadas miserables, el celular tendría una posición más digna en nuestras vidas.

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Pero hay más juegos, chats y utilerías para perderte de ti, que vida. Así que el recorrido, como la rosa, tendrá espinas y nadie conoce sus locaciones ni calibres. Ahí está la diversión.

Lo que todos saben, en cambio, es que hay días buenos y otros para esconderse. Pero, o no sabemos escondernos, o somos poco hábiles para tolerar los días complejos, a pesar de que, sin ellos, no habría días afortunados.

Es como el futbol: alguien tiene que ganar (y no será el Cruz Azul). ¿O hay algún deporte que esté diseñado para que ambos contrincantes ganen? Lo mismo pasa con los días y todo nace del viejo y gastado, pero vigente, sistema binario. Solo que nos seguimos resistiendo a eso sin suponer que todo es esclavizante mientras no reconozcas su naturaleza impermanente. Pero como esto suena pomposo y atemorizante, pasemos a otra cosa.

Otra cosa


Todo mundo sabe que no hay para qué pensarlo, ni siquiera verbalizarlo. Basta traer a la mente la idea de que “solo falta que un perro te orine”, para materializar colecciones metafóricas de perros y orines haciendo fila tras de ti.

Como los hábitos y tendencias dirigen el contenido de tu historia, no es de extrañar que el peor de esos orines sea tomar por dada esta vida.

Si el perro logra que resignifiques tu condición, ladra fuerte.

¿Estás de malas o solo es el Covid?

Actuemos como si solo tú estuvieras encerrado y el universo, tus adversarios y Lozoya hubieran conspirado contra ti para que no hayas pisado bares ni restaurantes por meses. Así tendrías derecho para patear la tele mientras ves que en Malasia advierten de un nuevo súper Covid, 10 veces más poderoso.

10 razones para suponer que no eres el tibio centro del universo y que el tiempo nos acecha, como sustancia que somos. Las horas se hacen largas.


Hay de orines a orines

No hay que hacer demasiado para que te orine un buen perro. Prueba lamentarte por lo que sea, no es mucho pedir. Publícalo en Facebook para acentuar la maledicencia, en Twitter parecerá un halago. Entonces siéntate, puede que dudes de la relación causal entre un estímulo y su efecto: solo es cuestión de esperar.

Si hasta caminar te está saliendo mal, recárgate en un poste (cuida que no haya perros cerca) y piensa que todos somos sobrevivientes de nuestra propia torpeza. Puede que no te haga sentir mejor, pero el ejercicio hermana.

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Y no tiene que ser martes 13. Tampoco viernes, ni deberá oscurecerse el cielo o llover a cántaros. No tendrán que cruzar gatos negros, aves de mal agüero, ni deberás pasar por debajo de una escalera. No esperes a derramar sal de la mesa, levantarte de la cama con el pie izquierdo, ni a que gane un partido opositor con videos tuyos en su poder.

Evita esperar a que rompas un espejo, enchueques un cuadro, abras un paraguas en interiores o pongas boca abajo un pan. La calma es el mejor indicio para saber que se irá, así que puedes liberarte de la escenografía.

¿Qué es la orina?

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Considera a los perros como heraldos y su orina como mensaje de impermanencia e interdependencia, virtudes poco acopladas y cómplices de un entrenamiento canino.

Impermanencia es la razón válida que tiene el tiempo para dejar huella a su paso. Interdependencia, el trazo de un hombre que cree dibujar su propio rostro y, en realidad, dibuja el mundo. Comprenderlas seca toda orina.

Un problema también es fe. Basta nombrarlo ante una situación para materializarlo y recibir su elixir. ¿No somos nosotros quienes interpretamos toda condición externa? El descuido en el estar es la peor orina: crucifica y exhibe, a pesar de su condición inadvertida en el protagonista.

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Desde el punto de vista de la experiencia, hay una cualidad presente en cualquiera que pueda leer esto y así (no por ello) ser orinado por un perro. Se llama conciencia y es la activa distinción para dirimir. Es notar que los viajes duran, las frases impregnan, los besos implotan y los milagros se acercan en forma de días con máscara de fracaso.

Esa particularidad, darnos cuenta de que nos podemos dar cuenta, nos distingue de las piedras y de los árboles, a donde también se citan los perros a orinar.

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