Opinión

Quejarse de lo que venga

Para leer con: “Don’t Take My Sunshine Away”, de Sparklehorse

Foto: Cuartoscuro (Rogelio Morales/Rogelio Morales)

En tiempos difíciles, lo fácil es dificultarlos más.

Hemos ido y vuelto a la luna, pero complicarnos la vida sigue siendo el motivo para estar con vida.

Las opciones sobrarán: el mal gobierno, la crisis, la edad, la soledad, la compañía. Una situación económica sostenida con pinzas (de depilar); el telón global en el que el interés individualista dirige y dirime las cámaras y el destino de la colectividad; un normalizado clima de encono cubierto por una frazada de “aquí no pasa nada”; la ley de la selva a manos de delincuentes de todo color de cuellos; partidos políticos que ni por asomo representan a la sociedad y se han vuelto, por decir lo menos, execrables; escándalos que en eso quedan, con inusual timing; historias de dichos que solo polarizan a quien tendría que ser uno y exigir lo propio; un virus que se propaga como el Covid y paraliza como el miedo; un futuro aún más incierto que cuando se decía esto mismo; en fin, un arcón de problemas para los que parece que la mejor medida es ponerlos bajo una alfombra y esperar que llegue Navidad para ver si entonando villancicos, se ironiza y al menos se acompaña el caos.

La queja, si bien no resuelve parece liberar momentáneamente y eso ya es ganancia. Estamos tan acostumbrados a quejarnos que se nos ha olvidado la prioridad de resolver las cosas y damos vueltas. Interminables.

Puede ser el alivio de la impotencia el que haga que la vida valga la pena si es entendida como un recurso pasajero y caracterizado por exigirle lo contrario. De ahí la queja: pretender hacer permanente lo impermanente, dependiente lo independiente y mío lo que no lo será. Mientras dure la inconciencia, seremos lo que el aire a la flecha.

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Si la queja es medida de nuestro tiempo, lo más probable es que termine como pieza de un museo que a la postre levante suspiros y horrores.

Acostumbrados al “no era penal” y al “solo falta que me orine un perro”, el anhelo de un penacho tendría la capacidad de olvidar por un momento la queja de un país para seguramente entonarla en nombre de una nueva mitología: la posibilidad de ver con claridad y asumir responsabilidades.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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