Opinión

Saber des/pedirse

Por Mtra. Sonia G. Amador Jiménez

Es común escuchar frases como “Fue algo sorpresivo ¡estamos devastados!”; “¡No lo puedo creer, apenas ayer hablé con él y todo estaba bien!”; “Sabía que podía pasar pero nunca me preparé”. Estas frases nos hacen ver a la muerte como si no existiera o, en la situación actual, como si no estuviéramos atravesando por una pandemia que agobia a tantos y nos hace vulnerables a todos.

Hay otras frases con tintes posiblemente menos dolorosos pero sí muy complicadas como: “nunca es suficiente el tiempo”; “siempre nos quedamos con ganas de más”; “¿por qué tienen que irse?” que se dicen cuando se vive lejos y el tiempo compartido está por llegar a su fin y nuevamente habrá que separarse … hay que decir adiós. El dolor de la despedida nunca termina, hay que aprender a vivir con él y buscar trascenderlo.

A veces pensamos que tenemos todo el tiempo del mundo y que es infinito; que más adelante podremos tener esa plática pendiente; que ese asunto sin resolver puede esperar; que las palabras no dichas pueden aguantar; que el perdón no es una opción, menos aún pensar que se tiene la decisión de otorgarlo.

Como consecuencia, los resentimientos acumulados continuan creciendo; el abrazo no dado adormece los brazos hasta no sentirlos; los silencios nos ahogan; y todos estos actos postergados por el miedo a enfrentarlos terminan por enfermarnos.

¿Cómo entender que probablemente no habrá una próxima vez? Nuestros padres y abuelos lo saben y nos ofrecen momentos pedagógicos, casi mágicos, que nos invitan a darnos cuenta. Sí, a tomar consciencia de la importancia de estos momentos para revalorar la relación que tenemos con ellos y con nosotros mismos, ya sea para liberarnos y sanar heridas del pasado, o para fortalecer el vínculo siendo esto un regalo totalmente liberador ¡Aprovechémoslos!

Es cierto, no tenemos un borrador para el dolor causado, pero debemos saber que somos libres de aceptar quiénes somos, lo que valemos, lo que nos han hecho y la actitud con la que vamos a enfrentarlo, entendiendo que nuestro pasado no nos define pero sí podemos resignificarlo.

Es claro que el tiempo no cura, lo que cura es lo que decidimos hacer con él, ya que sanar es posible cuando decidimos ser responsables, cuando liberamos la herida del pasado que no nos permite enfretar los miedos, que nos paraliza, que nos hace evadirnos y quedarnos sin la maravillosa oportunidad de despedirnos.

Un maestro me enseñó que despedirse significaba des/pedirse; es decir, dejar de pedirse lo que mutuamente se había entregado durante toda una vida compartida; lo que día a día se había brindado con amor y desde el amor al otro. En ese momento entendí que cuando amas eres capaz de trascender el dolor y puedes darle un significado honrando a tu ser querido.

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