No recuerdo la última vez que llegué a viejo, me refiero a viejo de unos 110 años. Pero cuando me veo en un cuerpo de esa edad, no me parece desconocido. Tengo nítida la idea de saber que quería hacer muchas cosas más, que mi misión no había terminado pero que mi cuerpo está a punto de rendirse.
Mi mente no lo sabe mucho porque también está cansada, pero sí la luz éhdrica que Soy. Mi nombre cósmico es Éhdro, a veces Hédro, otras Édhro o Édroh, y es una manera de ponerle letras a una forma más bien geométrica y asexuada que, dependiendo de cuánto pueda recordar en cada vida, va girando en distintos ángulos y parece dibujar en su interior siempre estas letras.
Pero en la Tierra, cada vez tengo un nombre y apellidos como cualquier persona. Inmediatamente de esa vida muy longeva tuve una vida breve para el tiempo humano; a penas un par de meses. Pero como Éhdro la viví espléndidamente, de pronto sentí que era más larga que la de 110 años, tal vez porque la oportunidad que me dio Huh (nombre con el que me refiero a Dios) para volver a tocar la Tierra en la misma familia y completar mi misión, fue muy intensa.
Ni siquiera aprendí a decir mamá o papá, pero pude claramente sentir su energía junto a mí todo el tiempo. En realidad, nos conocíamos como nieta y abuela. Cuando fui su abuela poco pude comprender lo que estaba haciendo para tener un hijo o hija; todo eso de la nueva medicina y métodos me pareció muy extraño y completamente ajeno a como yo, en esa vida, tuve a mis hijos.
Únicamente la veía triste e intentarlo tantas veces que, sin poder ayudarle, me daba mucha ternura. Me imagino que cuando regresé a los reinos superiores después de dejar mi cansado cuerpo de 110 años, Huh leyó en mí como Éhdro, la tristeza que me llevé por ver a mi nieta padecer por no poder ser mamá.
En el otro lado del velo material los lenguajes son muy distintos, igual que la forma de Éhdro, todo parece mucho más geométrico, como las imágenes que se ven en un caleidoscopio, pero con luces y colores que no se conocen, aún, en el plano de la Tierra.
Como dos magnetos que se pegan, la tristeza que me generaba mi nieta con la que tenía una conexión muy especial, y las enormes ganas de sentirla de nuevo, más otros asuntos pendientes, se embonaron perfectamente en la silla semilla, que es un hueco energético, por describirlo de alguna manera, que nos aguarda cada vez que vamos de vuelta y de regreso a ser humanos.
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Así, Huh determinó que podía venir de nuevo en viaje express y abrió un túnel especial en la matriz de Dora, mi nieta. Ni siquiera sentí un golpetazo como normalmente se siente al comprimir la luz éhdrica a un espacio nanométrico de fisicalidad. Esta vez fue más suave, mucho más gentil y envuelto por esa ternura que siempre nos provocamos mutuamente Dora, y yo como su abuela. Casi no hubo dolor, nací grácilmente.
Recuerdo que Dora me expulsó como se resbala una barra de jabón en las manos. Antes de separarme de su cuerpo al cortar el cordón umbilical, Dora me nombró Atala, en honor a un cuento que su abuela le contaba de niña. Así, Dora cumplió mi primer sueño después de nacer. El segundo, fue ver cómo nuestros corazones se sincronizaron casi inmediatamente y cómo un torrente de amor que se sintió como un fuertísimo chorro de agua en cada una de mis células nuevas.
Dora me bañaba con una fuente de amor muy conocida para mí, llena de chispazos del enorme amor que le tuve como abuela. Así se completó un giro en la espiral de nuestros caminos. Sabía que estaría sólo dos meses disfrutando del torrente constante del amor de ida y vuelta.
Si Huh me hubiera dejado más tiempo, hubiéramos vivido algunos momentos ríspidos: come, siéntate, no llores, etc. Pero en esta vuelta, teníamos que vivirlo así: como la sincronía armónica de nuestros dos corazones vibrando como uno solo. Muerte de cuna, le dijeron a Dora. Mi Dora, con tan sólo dos meses viví una vida entera a tu lado, nunca estés triste, porque este amor creció como nunca lo hubiéramos imaginado.