A la espera

No podemos bajar la guardia en el momento más crítico, pero lo hacemos de todos modos. Tal vez ahí reside la diferencia entre la disciplina y el sentido de supervivencia: mantener el control cuando todo indica que lo hemos perdido.

Aquí solo se nos ha pedido que nos quedemos en casa, usemos un cubrebocas correctamente y nos lavemos las manos de manera constante, además de alejarnos un tiempo del contacto físico, tan usual en nuestra cultura y educación social.

Esas contradicciones han hecho que, por un lado, la fatiga de pandemia (que dudo que exista) sobrepase ya la urgencia de salvar la salud. Estamos embotados, confundidos; pero, sobre todo, hartos de combatir a este enemigo casi invisible.

Estas conclusiones llegan en el peor momento, justo cuando esperamos con ansia la cura que la ciencia ha diseñado a una velocidad jamás vista. Es el equivalente a rendirnos en el último tramo de una carrera o a renunciar cuando estábamos a punto de recibir el ascenso que deseábamos.

Sin embargo, también tiene algo de naturaleza humana el pensar que los riesgos son siempre secundarios a las posibilidades de hacer lo que nos plazca o a gozar a los pocos placeres de la vida. Sabemos que estamos de paso y por eso consideramos buena idea aprovechar y arriesgar. Solo que esa idea naufraga cuando nos damos cuenta que la salud es el valor más grande que podemos poseer.

Sin salud, como sin agua o sin aire, cualquier otro tema social es tan irrelevante como el semáforo epidemiológico que seguimos durante meses y que hoy ya no nos sirve para nada. Suena lógico, las evidencias de nuestro comportamiento demuestran lo contrario.

Ahora, en el mundo y en México, las autoridades nos piden de todas las maneras que podamos restringir las fiestas nada más a quienes viven en el domicilio. Nada de acudir a dar abrazos, nada de juntarnos para brindar. Diez días de hacer lo que nunca para poder seguir haciéndolo juntos como siempre los próximos años. Simple ¿no?

Eso es lo que vamos a ver. Espero que, así como el pronóstico es sombrío, pueda suceder lo que hemos presenciado en muchos de los mejores momentos de la humanidad: ese último minuto en que las hazañas (que no tengan duda han estado del lado de los profesionales de la salud) y los milagros (que ocurren diario cuando alguien se salva y regresa con los suyos) aparecen ante nuestros ojos y se da lo imposible.

Aquí, de nuevo, solo se trata de quedarnos en casa, de mantener metro y medio de distancia, de no tocarnos hasta que termine la espera de esa vacuna para que entremos en una realidad distinta, aunque cercana física y emocionalmente.

Entiendo el cansancio, yo mismo lo he sentido en innumerables ocasiones, pero lo que está en la mesa es mucho mayor que cualquier deseo personal y por ello individual. Cada uno de nosotros es responsable de varias vidas, de muchas, no lo olvidemos, tengámoslo en mente si pensamos salir a las calles a estar en contacto con personas a las que podríamos ver, o nos podrían ver, por última vez. Si esas son las opciones, ninguna fiesta vale lo suficiente para perder más vidas o perder la propia.

Estamos a la espera de la vacuna y también a la espera de que hagamos lo correcto antes de provocar una tragedia mayor. Es la espera antes de la tormenta o la que precede a que el cielo se aclare, es nuestra decisión como ciudadanos, de nadie más ya.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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