A los seis años sorprendió al memorizar varios textos académicos y poemas que no correspondían a su edad. A los diez, ya había escrito varios volúmenes de enseñanzas que hoy siguen vigentes. Mipham fue un maestro tibetano que muchos lo refieren como “el Leonardo Da Vinci de los Himalayas”.
En ese mundo de leopardos de nieve, Mipham Jamyang Namgyal dedicó su vida al conocimiento en todos los rubros conocidos: no tuvo reparo en dominar las ciencias de la salud, igual que la lógica y la dramaturgia.
Supo maridar dos sistemas de aprendizaje que hoy parecen alejarse: el puramente académico, y el meditativo, que consolida lo aprendido mediante técnicas de inmersión mental y la sutil humildad de hacer a un lado la razón para ver lo que hay detrás.
Pero tal vez la labor más alta en la escala honoraria para un maestro de la época era recibir el grado de Mahapandita (algo así como un postdoctorado en esteroides), escalón al que Mipham accedió y que sirvió como base de una vida consagrada al desarrollo humano, al grado de ser visto y tratado como una emanación del buda de la sabiduría, Manjushri.
Encontrarle utilidad al desprendimiento material nos haría enloquecer, pero en el caso de Mipham refinaba la perfección de la generosidad: obsequiaba lo que le regalaban tratando de agregarle algo más. Desde un verso propio hasta la suma de otros presentes acumulados.
Este erudito que revolucionó la escuela de pensamiento Nyngma del budismo tibetano tenía una mente implacable: era común que a su paso la gente lanzara complejos retos matemáticos, mismos que respondía de inmediato. Pero la gente conectaba con él, no por sus respuestas correctas, sino por la manera en la que respondía. Veía a los ojos, se acercaba, sonreía y se interesaba en las historias de sus interlocutores.
En una ocasión, Japa Do-nga, uno de los más respetados académicos de Tíbet expuso que el punto de vista de Mipham en uno de sus textos comentariales en torno de la obra de Santideva estaba profundamente equivocado. Esto originó un torbellino de debates, mismos que hasta la fecha siguen vivos. Luego de varios concilios y asambleas con autoridades, se ha concedido que la posición de Mipham era la correcta.
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Pero todo regalo es recíproco. Aparte de transmitir sus conocimientos de forma oral y escrita, Mipham Namgyal tenía como prioridad hacer retiros prolongados en los que buscaba experimentar los límites de la mente humana. Ahí comprendió los riesgos de vincularse con una identidad ilusoria.
El último año de su vida lo dedicó a toda la gente que lo venía a ver con la intención de recibir alguna enseñanza. Así, se esmeraba en largas pláticas y luego reía con el humor que caracteriza a quien conoce lo suficiente como para tomarse en serio la vida.
Entre sus inventos más prominentes, desarrolló un reloj y un cañón. Pasó mucho tiempo refinando su funcionamiento, pero cuando finalmente los inventos fueron totalmente funcionales, los destruyó.
Sólo serán causa de distracción, dijo.