Opinión

Una ventana para asomarse

Foto: Pixabay

Para leer con: “Waiting for the Miracle”, de Leonard Cohen

Jane Wagner decía que la realidad no es otra cosa que una corazonada colectiva. No tengo cómo contradecir ni comprobar tal dicho, pero sí algo para inflar tal suposición.

Al surgimiento de dudas o pandemias lo acompañan opciones como ver noticias o cuestionar la realidad. Qué incómodo esto de elegir, pero así es la vida, así se confecciona.

Al mundo se le cree gracias a la mente, ese ente que no es siquiera materia sólida o universitaria y precisamente por ello, nos define. O, ¿de qué manera se alumbraría, a sí misma, la lámpara?

Sin que quede claro para qué, la educación formal evita la técnica para vernos hacia dentro. ¿Cómo nutrir las condiciones de felicidad genuina, que en perspectiva, figuran como tesoro al que apunta todo mapa?

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Hecha esta pregunta, el resto se plantan como coristas. ¿Se puede transformar la mente? ¿Hay cómo cambiar la ventana maestra? ¿Son las emociones destructivas, inherentes al ser?

Tal vez habría que darle el micrófono a una pregunta diferente: ¿cuál es la naturaleza de la mente?

Desde el punto de vista de la experiencia humana, que es la única voz con la cual podemos opinar, al menos por ahora, hay una cualidad fundamental de la conciencia que es el hecho primario de estar conscientes.

Los que no contamos con esa facultad, nos conformamos con escribir de ello. Pero al ser una determinante de la posición de vida, no queda más remedio que insistir.

Es como un espejo: la mente hace que se reflejen las imágenes que surgen “allá afuera”. Y más relevante que eso, es que el espejo no se modifica por haber reflejado un buen peinado o uno lamentable. Detrás de cada pensamiento yace esta conciencia que no se mancha, incluso con la emoción más densa.

La prueba en carne propia: las emociones, dignas, bajas, intensas o infames, pasan. Reflejan estados de ánimo y en ellas cabe también el soporte para ser trascendidas: dos fenómenos mentales opuestos no pueden suceder al mismo tiempo.

De manera consciente, al menos voluntaria, yace el desarrollo de un hábito que procura estados mentales orientados a lugares de beneficio propio. Suena lógico y evidente; ahí reposa uno de nuestros absurdos. Basta imaginar lo que detonaría en una persona, como en un grupo y en un país, el espacio lúcido en la mente para elegir la colaboración, a diferencia del odio.

El problema no es la emoción, pero permite atesorar el valor de un momento Eureka: no hay manera de dar la mano a un holograma, así como la emoción se desvanece al mirar a otro lado. La obsesión que secuestra a la mente y el refuerzo del enojo para poner en marcha un ciclo que se autoalimenta, es el meollo de todo esto.

Con voltear a ver la novedosa frontera interna se abre la alternativa de reconocer que las emociones se desvanecen cuando, sin aferramiento, se miran de frente. Acto igualmente desdeñado en la educación formal.

Pero no pretende ser esto, pañuelo para el alma ni lectura de rabia contra tu escuela. Busca, más bien, apuntar un factor detonante de calidad de vida. Esa que por más que uno cree pedir a domicilio o comprar a intereses, es propocional al cultivo del instrumento con el que se interpreta el mundo.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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