Por Norma Leticia Magaña Rodríguez
Cuando era niña y teníamos invitación a un evento especial (boda, Navidad o mi cumpleaños), Mamá y yo iniciábamos lo que ahora aprecio, era todo un ritual. Íbamos al Centro Comercial, veíamos un libro enorme de “Patrones Mc Calls”, ahí sus hojas mostraban cientos de modelos de prendas deseables: faldas, blusas, pantalones, vestidos, trajes, algunas ilustradas con fotos, las más con dibujos. Yo me embelesaba, imaginándome dentro de los que más me gustaban, hasta que en concordancia con mamá, (que siempre prefirió la ropa conservadora, de líneas sencillas), elegíamos uno.
Patrón en mano, dedicábamos un largo rato a la selección de la tela, considerando estampado, colores, textura, que fuera de fácil cuidado, etcétera; ahí mismo adquiríamos hilo, botones, cierre, o algún otro accesorio para terminarlo. Ya en casa, yo presionaba, ¿cuándo empezarás?
Ella buscaba tiempo, habitualmente al anochecer, al terminar las labores de casa: acomodaba el patrón, tomando distancias aquí y allá, (me fascinaba ver los caminitos formados con alfileres, repasados con greda al retirar el patrón), y luego procedía a cortarlo, siempre bajo mi atenta mirada. Unía las piezas con alfileres, las hilvanaba a mano, me lo probaba y directo a la máquina de coser, donde invertía muchas horas, robadas a su sueño para cumplirme el mío: estrenar y decir con orgullo “me lo hizo mi mamá, y nadie más tiene uno igual”.
La emoción de la prueba, era casi igual a la del estreno, ver un lienzo de tela convertido en una prenda, me maravillaba totalmente, aún hoy me sigue sorprendiendo y apasionando. Siempre supe que una prenda elaborada a mano es irrepetible.
Hasta hoy no había reparado en el esfuerzo que a Mamá le requería: el dolor de espalda por horas sentada ante su máquina, el cuidado de cada detalle de la confección, ni del amor que ponía en su labor. Cierta estoy, era la única forma en que se permitía demostrarme plenamente lo mucho que me amaba. Ponía toda su creatividad y talento en ello.
Hoy la reconozco, valoro y admiro. Reafirmo todo lo aprendido de observar su hacer tan hábilmente plasmado en tantas prendas. Luego de muchos años de sentirme incomprendida, juzgada, de creer no ser vista por la preferencia hacia mis hermanos, de lo que interpretaba como imperativa exigencia, me doy cuenta que tenías mucho miedo de no ser una buena madre para mí, tu hija.
Descubro que la conexión perfecta entre tú y yo es reflejar con un lienzo de tela el amor que no podemos expresar de otra forma. Casi 20 años de tu partida! Y tu habilidad es una de mis grandes
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pasiones, mi orgullo para honrarte. Gracias Mamá por ser ejemplo, guía, faro, luz; gracias por todo tu amor y tu saber compartido…
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