Los cambios que perduran bien pueden iniciar con una sola persona que mueva a otros a su alrededor. Algunos expertos estiman que solo es necesario un 5 por ciento de un grupo para que éste modifique la conducta y los hábitos negativos del resto. Es posible que se trate de un asunto de voluntad y de compromiso para cambiar aquello que afecta nuestro buen y bien vivir.
Lo cierto que ninguna de esas personas que logra impulsar a quienes están a su alrededor cuenta con cualidades especiales o con un carisma desbordado. Simplemente obtiene la credibilidad general porque es consecuente y hace lo que dice. Es una sociedad en la que desconfiamos de casi todo y de casi todos, una mujer, un hombre, que actúa de acuerdo con sus principios provoca seguidores reales, no virtuales.
Es por eso que cualquier avance social puede arrancar con la decisión de una persona, quien sea, de mejorar lo que existente y de abrir nuevas posibilidades. Entiendo que suena optimista y hemos pasado demasiado tiempo pensando que eso es más una actitud que un comportamiento, pero recuerdo lo que dijo Nelson Mandela en una ocasión: «Todo parece imposible hasta que se hace».
Cada uno sabe qué puede aportar, por cuánto tiempo y con qué dedicación para que su barrio, su alcaldía, su trabajo, su familia tenga una vida más cómoda, pacífica, con un horizonte mucho más claro. Hacerlo o no siempre es una alternativa y representa un compromiso personal en cualquiera de esas dos direcciones. Pedir que nuestros hijos o nietos hagan algo que nosotros no estamos dispuestos a hacer es el origen de la incongruencia que en muchas ocasiones criticamos.
Esta dispuesto a dedicar tiempo, esfuerzo, sacrificio, a cambio de resolver poco a poco los problemas no es una tarea sencilla, precisamente tampoco es demasiado codiciada por la mayoría y resulta más fácil esperar a que alguien más lo haga por nosotros.
Pero nadie puede cambiar a una sociedad solo, ni ciudadanos, ni gobiernos, por lo que la única manera es trabajar fuerte juntos. El secreto de andar en bicicleta es no dejar de pedalear o la caída es segura. La vida en sociedad es igual, no podemos dejar de resolver problemas ni un minuto, aunque entre más somos los que participamos, la carga es menor.
Estos días son de reflexión por muchas razones. Pueden ser también de descanso y hasta de vacaciones en medio de una tercera ola de contagios que espero no llegue o sea mucho menos gracias a los esfuerzos de quienes siguen quedándose en casa o acuden a vacunarse. Podríamos aprovechar el tiempo para aprovechar y darle una revisada a lo que podemos hacer para que nuestro entorno inmediato sea más digno, tranquilo, mejor.
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Ver por otras personas es uno de los actos que nos definen como especie y que nos ponen en otra estatura con respecto a muchos otros habitantes de este planeta. La compasión, la cooperación y la solidaridad son rasgos de muchas criaturas, pero nosotros destacamos porque podemos hacerlo de manera consciente y no solo cuando el instinto o la supervivencia lo exigen.
Hagamos la prueba y empecemos ahora. Influyamos, con el ejemplo, para que quienes viven a nuestro alrededor tengan un futuro, oportunidades reales y un día a día que sea el reflejo de una sociedad que trabaja junta, enfocada en sus coincidencias y no en lo que la divide.
Esa es la contribución más grande que podemos hacer en estos momentos y para los siguientes años. Y es además una oportunidad de dejar un legado a quienes vienen detrás de nosotros para que ellos lo hagan por la siguiente persona.
Es también la opción ciudadana más sólida si queremos cerrarle el paso al crimen y a sus ofertas artificiales de poder y de dinero fácil. No hay otra forma. Si no nos organizamos mejor que aquellos que quieren lastimarnos por interés, entonces estaremos en sus manos por mucho más tiempo.