Para leer con: “No time”, de Tendajah
Uno de los monjes más viejos del monasterio Tsurphu se acercó a preguntarle al líder tibetano, el XVI Karmapa: “¿Cómo son? ¿Cómo son los americanos?”. Luego de su primera visita a Occidente, la comunidad tibetana estaba inquieta, no podía con la curiosidad de saber cómo era la gente del otro lado del mundo. Solo que la respuesta fue inesperada: “No lo sé, pero dicen estar muy ocupados”.
Vivimos en una cultura con un inexplicable respeto por la ocupación. Nadie puede estar desocupado hoy, ni siquiera el niño de 5 años que tiene zooms de pintura y alemán pero sus padres cuentan las horas para que acabe la pandemia y sea regresado a natación, kickboxing y piano.
Retacamos los anaqueles del tiempo con actividades #—muchas de ellas irrelevantes— y esto hace que dicho tiempo pase a una velocidad en la que ni siquiera se puede saborear aquello en lo que nos ocupamos.
Tampoco es que estemos inmersos en tareas de crucial desenlace para la humanidad, todo el tiempo. En el fondo, se trata de una de las manifestaciones del ego. Olvida lo ocupados: ¡lo abstraídos! El ego es chico, pero somos profesionales para estirarlo: le fascina sentirse el único en donde sea que esté. Por eso el ego entiende bien esa atracción por sentirse ocupado.
¿Alguien aquí tiene tiempo?
No hay tiempo para ver a los amigos, a lo mucho un mensaje en WhatsApp preguntando lo mismo que todos y que siempre: “¿Cómo estás?”. No hay tiempo para detener la marcha y valorar si conduce a donde se supone que queríamos ir. No hay tiempo para evaluar la rutina en la que nos hemos metido. No hay tiempo para detenerse a pensar en qué emplear el tiempo. No hay tiempo para preguntarte en qué te estás convirtiendo. No hay tiempo para generar un impacto en los demás.
PUBLICIDAD
No hay tiempo para fijarte en los detalles. No hay tiempo para preguntar cuál es tu propósito aquí. No hay tiempo para poner atención en el presente. No hay tiempo para llevar las intenciones a la acción. No hay tiempo para conocer a un vecino. No hay tiempo para ver que la nueva moneda es el tiempo. No hay tiempo para recordar qué era lo que querías ser cuando eras niño.
No hay tiempo para ver fotos familiares. No hay tiempo para hacer preguntas relevantes. No hay tiempo para renunciar a quien piensas que deberías ser. No hay tiempo para estar.
Desplegar el fino arte de ocuparse. O por lo menos, parecerlo.
Nadie tiene tiempo —tampoco— para ser paciente. Menos aún, cuando por una razón poco explorada, el mundo parece ser de aquellos que se excitan con la idea de siempre estar en acción. Hacer algo “de provecho” te entrena para que nunca te veas distraído por asuntos importantes.
Algo curioso es que los más ocupados de este planeta parecen haberse puesto de acuerdo en algo: 2030 es el límite para llevar a cabo algo si es que pretendemos evitar una catástrofe ambiental. Pasado ese año cualquier iniciativa será inútil.
En todos niveles, todo mundo tendría que estar ocupadísimo: investigando, organizando y ejecutando acciones de atención a la capa de ozono, al descongelamiento de glaciares, la desertización de la corteza, al cambio climático, a la urgente adopción de energías limpias y a una preocupante lista inacabable.
Se nos viene advirtiendo del colapso ambiental desde hace varios años, pero estamos más ocupados en los misterios colonizadores del K-Pop y una serie de virtudes que definen nuestra zona de confort: “mientras viva a gusto y parezca que no le hago daño a nadie, que no me molesten amenazando que el mundo se va a acabar”.
Se puede acabar, siempre y cuando parezca que sigo ocupado.
¿Y si te acostumbras a no estar ocupado?
En realidad, es un misterio: anhelamos hacer cosas ¡en nuestro tiempo libre! La divisa más preciada que tenemos es el tiempo, pero sobran actividades para atascarlo, siempre y cuando éstas no sean significativas. Ser para hacer —o parecer— es una actitud que te salva el trasero en el trabajo, pero no en la vida. O por lo menos eso parece. ¿Qué queda al final tras haber sido tan buen trabajador? A lo mucho, que te regalen un reloj, te den un aplauso y te manden a tu casa.
También podríamos aprender a no hacer. Esto es, eliminar del inventario de posibilidades la asociación errónea que hemos hecho del “hacer” con los atributos de “productividad” o “eficiencia”. No existe el tiempo de calidad, solo hay tiempo. Así, uno tiene la capacidad para retar la inercia del grillete y dedicarse un día a ser sí mismo. Esto es, recuperarnos como seres humanos, o ¿qué puede ser más importante que saber vivir?
«No tengo idea de lo que están haciendo, pero hay algo muy importante que hay que tomar en cuenta si vas a Occidente”, decía el XVI Karmapa en Tíbet. “Siempre tienes que decir que estás ocupado. No importa si no estás haciendo nada, debes decir que estás muy ocupado. Solo así la gente te respetará”.