Esta crisis va a pasar, como lo han hecho otras, con la diferencia de que en este caso hablamos de una pandemia que no teníamos desde hace un siglo. Sin embargo, contra todo lo que hemos padecido, saldremos de esto y es cuando más preparados tenemos que estar.
Los problemas cotidianos, esos que poco a poco están regresando a nuestras preocupaciones, no se fueron y simplemente ocuparon otro número en la lista de prioridades que tenemos como sociedad.
Sin embargo, pensar en quiénes seremos una vez que esta contingencia termine es un tema que vale la pena abordar desde ahora, si nuestra intención es reducir los contratiempos que ha provocado este nuevo virus para el que todavía no hay un tratamiento eficaz.
Dos conclusiones que hoy son seguras: vacunarnos y cuidarnos son los pasos a seguir. La primero tiene que ver con uno de los logros científicos más grandes de la historia y por el que podemos dialogar sobre una salida, aquí no puede haber discusión que valga, las vacunas funcionan, han demostrado su efectividad y son responsables de la disminución de decesos y de cuadros graves de Covid-19.
La segunda es la obligación civil que todos tenemos para protegernos y proteger a otros. No es necesario ni la sanción, ni las restricciones desde la autoridad, para cobrar conciencia de que estamos en el momento de asumir con mucha mayor responsabilidad el papel que nos corresponde para evitar contagios y reducir los riesgos de esparcir el virus.
Ser corresponsables en ello y hacer lo que nos toca para usar cubrebocas, lavarnos las manos, estar a sana distancia, emplear gel antibacterial, son medidas que están en nuestras manos y son hábitos que nos acercarán a la puerta de salida.
Colaborar desde casa para que esos comportamientos se extiendan a todas las personas que conviven con nosotros; a los lugares que frecuentamos por razones de trámites, consumo o trabajo; a vecinos, colegas, entre muchos otros, hará que ese deber social se convierta en normas respaldadas por la mayoría.
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Difícil defender en este momento los argumentos, populares en la infodemia que padece el mundo en esta época, acerca de algún peligro por vacunarse. Los números son claros, hay evidencia suficiente, y es la diferencia entre salvar la vida o perderla. Convencer, sin imponer, a quienes tienen dudas es un trabajo de nosotros los ciudadanos.
Mantener las medidas sanitarias, no exponernos, no aglomerarnos en ningún sitio, son decisiones personales, familiares, que tampoco deben causar titubeos. Es comprensible el cansancio, pero no a costa de que otros puedan enfermar.
Existen muchos ejemplos sobre la forma en que la organización de una sociedad modifica malas prácticas: no fumar en lugares públicos cerrados, en oficinas, fue una decisión colectiva que se refuerza todo el tiempo. Desconozco si se ha reducido el número de fumadores en el país, de lo que sí estoy seguro es que muy pocos se atreven hoy a hacerlo con impunidad en un lugar prohibido, porque inmediatamente el peso del rechazo social entraría en acción.
Reciclar, cuidar el agua, tener una idea clara de protección al medio ambiente, es una condición de cualquier ciudadano consciente. Dudo mucho que alguien pudiera pararse con una pancarta en una avenida y negar la urgencia de proteger a la naturaleza o ignorar el cambio climático.
Bueno, pues en este último tramo, nos corresponde que las acciones que nos sacarán de esta crisis sanitaria mundial crezcan y tengan vigencia durante varios meses más, sin contradicciones y con la voluntad y el compromiso de que solo nosotros podemos dar los pasos que nos acerquen a la puerta de salida lo mejor posible. Demostremos que podemos hacerlo de nuevo.
Y luego, repitamos la misma buena práctica para ir resolviendo los pendientes que ya estaban desde antes y que siguen siendo motivo de preocupación -y de ocupación- social para encontrar soluciones definitivas, basadas en el bien general.