Uno de los maestros espirituales que más ha tocado mi vida es Drunvalo Melchizedek, de quien les he hablado en diversas ocasiones. Una de sus enseñanzas más importantes se refiere a la muerte, pues es un tema generalmente oscuro y escalofriante para muchos de nosotros, sin embargo, desde la visión de Drunvalo esta experiencia es un eslabón dentro de un viaje extraordinario.
Drunvalo fue preparado por los Sufis, y guiado por Thot, o Hermes Trismegisto, así que son puntos de vista que datan de miles de años, o edades en el tiempo, que no podemos llegar a imaginar. Qué tan antiguos o trascendentes pueden ser, que incluso, se dice que Thot fue quien introdujo la escritura a la humanidad.
De acuerdo a estos conocimientos, la muerte es una de las experiencias más liberadoras y gráciles que podemos tener como humanos, y opuesto a lo que pensamos, nacer es mucho más doloroso. Esto es porque al nacer nuestro espíritu se comprime como meter en un recipiente pequeño un cuerpo mucho más grande; en cambio, al morir nos desempaquetamos, es decir, que nos expandimos de nuevo.
Por eso los testimonios de las personas que han regresado de la muerte por unos minutos, coinciden en decir que se han sentido libres de la densidad del cuerpo, y muy dichosas, además de la inmensa alegría de volver a ver a sus seres queridos, incluidas sus entrañables mascotas.
De acuerdo a Drunvalo, cada persona que deja este plano, debe completar su proceso de morir como cualquier otro que haya emprendido durante la vida, es decir que, coincidiendo con muchas tradiciones, debe recoger sus pasos, despedirse y comprender que esa etapa ha terminado, en un tiempo no más allá de cuatro días.
Por eso es tan importante que en vida practiquemos el perdón, la compasión con nosotros mismos y con los otros, la bondad y la generosidad, además de tomar las cosas un poco menos pesadas y solemnes, comprender el juego que es la existencia, para que cuando nos toque pasar al otro mundo, podamos hacerlo con ligereza y facilidad.
Un corazón que carga rencores, resentimientos, culpas, remordimientos y acumulación de emociones densas y pesadas, puede enfrentarse con dificultades para cerrar sus ciclos de vida; estas son las denominadas almas penantes o fantasmas, puesto que lo que el alma y el espíritu hacen al morir es desencarnar, pero no se consumen ni se terminan.
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Todo buen pensamiento, sentimiento, palabra, acción y comportamiento aumenta nuestra frecuencia de vibración física, astral y divina, y cada pensamiento, sentimiento, palabra, acción y comportamiento maligno disminuye nuestro ritmo de vibración espiritual. Así que esta vida nos prepara para la próxima vida, atravesando la transición de la muerte.
Nuestra alma se encarna con el propósito de limpiar nuestro karma, para que podamos liberarnos del ciclo de vida y muerte en el planeta Tierra. Drunvalo cuenta que este planeta es lo más denso que podamos imaginar en el cosmos, y que un ser “normal” en el Universo, es alguien como Jesús el Cristo.
Casi todas las religiones coinciden en decir que existió una “caída del ser humano”, descrita en el pasaje de Adán y Eva, por poner un ejemplo cercano, y que es por medio de nuestro trabajo humano y espiritual que se nos permitirá volver a comer del Árbol de la Vida en el Paraíso de Dios o recuperar nuestra inmortalidad y vuelta al corazón de Dios.
Desde una perspectiva como esta, podemos entonces entender que lo que llamamos muerte, es una transición, y una forma de retornar de nuevo a nuestro trabajo humano, o bien, de liberarnos para seguir viviendo en otras formas inimaginables de vida, de lo eterno y de lo verdadero. Que haya amor, verdad, belleza, confianza, armonía y paz.