La pandemia me recordó que las “cosas no son siempre como las planeas” y es que un día parecía que todo marchaba de forma perfecta y al día siguiente, de alguna manera, todo cambió, las cosas se volvieron diferentes.
Como si el pasado siguiera ahí y el futuro se hubiese movido a alguna parte, mientras el presente me muestra que la vida pasa en un santiamén, a un ritmo, creyendo que siempre tendría tiempo y resulta que lo único que no tengo es tiempo.
No hubo tiempo para despedidas, abrazos, elogios, celebraciones o para decir lo que realmente sentía. Pero, sí hubo tiempo para reflexionar y recordar, para meditar y pensar.
En este tiempo, las cosas con mi madre se arreglaron y pude entenderle, tuve la oportunidad para recordar que, en la familia todos formamos parte de un mismo linaje.
Agradecí por las personas que en algún momento, se convirtieron en parte importante de mi historia y que, por alguna razón, hoy están lejos.
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Por ejemplo, Arturo está en Colombia, Cindy radica en la tierra del Sol Naciente, Barbará cruzó el Atlántico y habita en España, Ceci y Martín viven en Querétaro. Claudia y Tony son abogadas. Maru es una exitosa mujer de negocios y madre de familia.
Mari Carmen, emprendedora, espiritual y mamá de tres adolescentes. Francis es cocinero y Bere, un excelente médico. Sofía, la mejor agente de ventas. Andy, buen amigo y encargado honorable. Alberto, docente de secundaria.
Pedro, uno de los mejores agentes de seguros. Julio, un luchador social disfrazado de político y Mauricio, emprendedor y jugador de voleibol, junto a El Caza y La Flaca. Yo… sólo soy abuelo y tengo el cabello plateado.
Alguna vez prometimos vernos, pero ante la situación mundial, sólo el tiempo dirá si cumpliremos la promesa, tal parece que trascender en tiempos de pandemia es irse en soledad y sin despedidas, donde el gestionar ese dolor interno que provoca la muerte, se intensifica cuando no hemos podido acompañar, escuchar su voz, dar una última caricia o agarrar fuerte la mano de la persona a la que amamos antes de que se vaya
Se ha convertido en algo difícil de realizar y hay que buscar alternativas para aliviar esa tristeza, por la ausencia y de llenar el vacío que deja un ser querido.
Es curioso, pero la pandemia me mostró que crecer sucede en un latido, que la vida pasa de un momento a otro y que recuerdos de mi existencia siempre me acompañan, como aquellas fotografías de los niños corriendo y jugando en la colonia, aquellos pasillos de esas escuelas que albergaron sueños, las caminatas por aquellas calles, la compañía y risas de esas personas que un día nos acompañaron…
En realidad, aún los recuerdo y encuentran regocijo en el corazón.
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