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Vivir con VIH en el ejército: sin derecho a llorar

Discriminación y humillaciones recibió Gonzalo Flores al saberse que él era portador de VIH

El cabo Gonzalo Flores se calzó las botas negras y se puso la playera y los pantalones verdes, su vestuario habitual en la milicia. Era el mediodía del 2 de junio de 2015 y el militar juraba que su escenario laboral no podía empeorar, que había tocado fondo.

En pocas horas descubriría su error.

Como los otros cabos, a las dos de la tarde arribó a la sección de transmisiones del Estado Mayor de la Fuerza Aérea Mexicana, al noroeste de la Ciudad de México.

Al ingresar al cuartel se enteró de que un huracán golpearía al país y los sargentos designaron a dos militares que, en caso de que se activara el plan de auxilio a la población (Plan DN-III E) se trasladarían a la zona.

El sargento segundo, Saúl Maravilla, nombró a Gonzalo, pero él rechazó la decisión. Como era portador de VIH, estaba exceptuado de actividades operativas. Así lo señalaba el certificado médico expedido el 12 de diciembre de 2009 por el Hospital Central Militar.

—Yo puedo ir, pero no debo. Si me pasa algo, ustedes dirán que desconocían mi condición de salud —argumentó.

Gonzalo recrea esta escena y recuerda las palabras que, frente a sargentos, cabos y soldados, lanzó el sargento Maravilla:

—¡No es mi culpa que seas sidoso! ¡Ojalá que ya te mueras! Por puto te dio sida.

El coronel Rubén Angulo Urista estaba presente, pero no dijo nada.

Gonzalo temblaba. Se dirigió a Moisés Tejeda, el sargento primero:

—Él no tiene motivos para decirme eso —dijo avergonzado.

—No llores —respondió Tejeda.

—No, no lloro, pero me está ofendiendo.

Esa tarde, Gonzalo acudió a la sección administrativa de la Fuerza Aérea para preguntar en asesoría jurídica qué procedía tras el acto humillante. La persona encargada le sugirió no preocuparse. «No es para tanto», afirmó.

Ser militar 

Gonzalo Elías Flores Tecalco creció en una casa de paredes de madera, al lado de sus padres y tres hermanos, allá en Huatusco, Veracruz, un estado del Golfo de México.

Buena parte de su niñez vivió temeroso. En ese poblado, ser homosexual era sinónimo de rechazo, de burla.

Anhelaba ser militar: eso implicaba marcharse del pueblo. La idea creció tras el rechazo sentimental y se dirigió a pedir informes a la base de un batallón en Orizaba, una ciudad cercana.

Ahí le dijeron que podía esperar una vacante en la base de Sinaloa, en el norte del país. A los 18 años se aventuró y allá sostuvo sus primeras relaciones sexuales con cabos y otros aspirantes a militares.

El ingreso no se concretó y regresó a Veracruz. Pero Gonzalo ya no quería estar ahí, con una vida doble y encuentros ocultos.

Tomó dinero de la casa y pronto llegó a la Ciudad de México. Ahí podría retomar el sueño de enlistarse en el ejército.

Con 20 años, en abril de 2007, ingresó al cargo de soldado de transmisiones, con matrícula C-6837957, en el cuartel general de la Segunda Brigada de Infantería Independiente.

La vida gay en el ejército

En 2007, durante su primer año en el ejército, Gonzalo descubrió que la avenida Ingenieros Militares estaba repleta de cantinas y antros de mala muerte que frecuentaba la milicia.

Meses después, Gonzalo estaba en el dormitorio, cuando un cabo se le acercó y le propuso ir a su casa, en el oriente. Su nombre era Joel, ocho años mayor que él. Así inició una relación que se extendió por seis años.

En el primer semestre de 2009, cuando la violencia se intensificó, participó en la Operación Conjunta Chihuahua, en Ciudad Juárez. Su cargo: operador del comandante de la brigada. Monitoreaba los enfrentamientos.

Más tarde, de vuelta en la Ciudad de México, Gonzalo y su único amigo militar gay visitaron un bar cercano al cuartel.

Esa noche de noviembre de 2009, conoció a otro cabo y terminaron en un hotel en la avenida Revolución. Tiempo después notó una infección en los codos. Se dirigió al hospital militar y le efectuaron exámenes generales. La prueba de VIH resultó positiva.

Al regresar al cuartel, lo primero que sus compañeros le preguntaron fue: «¿cómo te sientes?». Estaban enterados.

En medio de la ‘Guerra contra el narco’, las salidas de la brigada eran constantes. Pero por ser VIH positivo, a Gonzalo le entregaron el certificado médico que acreditaba: «exceptuación permanente de ejercicios físicos intensos y servicios de armas».

Requirió a sus superiores ingresar a un curso de informática para desempeñarse en otra área. Le respondieron que no estaba en condiciones. Según ellos, por tener VIH, sus defensas estaban más bajas que las de los demás, pero Gonzalo se sentía en estupendo estado.

La misma negativa llegó tras solicitar el ingreso a una escuela militar para lograr el ascenso a sargento. Lo intentó varias veces. No se podía, por «no acreditar buena salud». Estaba anclado.

LEE LA HISTORIA COMPLETA DE GONZALO EN VICE NEWS 

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