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‘Estamos hasta la madre’: custodios de cárceles de máxima seguridad

Trabajan más de 30 horas seguidas, viven en constante estrés y deben soportar humillaciones de narcos y políticos presos, a quienes les obligan a dar trato ‘preferencial’

De los penales mexicanos trascienden muchas cosas: conocemos la espectacularidad de sus fugas, las excentricidades o lujos de sus ‘peces gordos’, o la violencia de sus riñas y motines. Pero en medio de cada una de estas situaciones están miles y miles de custodios o guardias de seguridad, de quienes muy poco se sabe a pesar de ser piezas clave dentro del sistema penitenciario.

Ellos son los encargados de mantener el orden y la disciplina dentro de los penales, y también tienen a su cargo la vigilancia de los prisioneros de alto perfil criminal; sin embargo ¿alguien se pregunta por ellos?, ¿qué se sabe de sus condiciones de trabajo y sus salarios?, ¿de los peligros o el estrés al que están sometidos?, ¿de las amenazas de sus jefes o de los propios reos?

Por primera vez una investigación —a la que tuvo acceso VICE News a través de fuentes oficiales— nos revela las condiciones de vida y de trabajo a las que está sometido el personal de los penales de máxima seguridad, y el panorama es simplemente desolador.

El estudio realizado a petición del propio Comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales, llega a la conclusión de que «existe un efecto acumulado y preocupante» en la desatención a los trabajadores de los penales que ha prevalecido por muchos años. «Las personas que trabajan en los centros penitenciarios suelen encontrarse tan privados de la libertad como los internos», y son en suma, el ‘patito feo’ de la burocracia nacional, reconoce él mismo.

Los custodios son el último y más olvidado eslabón de esta cadena y llevan años acumulando una larga lista de agravios entre los que se encuentran jornadas de trabajo extenuantes de más de 30 horas —15 de ellas de pie— y sin paga extra, amenazas de sus jefes para firmar contratos en blanco o realizar maniobras ilegales, humillaciones e intimidaciones por parte de reos, y como consecuencia de todo ello, graves efectos en su salud y en su vida familiar.

Todo ello por un un salario insuficiente que va de seis mil a 15 mil pesos mensuales, en el mejor de los casos.

El estudio al que tuvo acceso este medio fue realizado por un grupo de investigadores del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), y encuestadores del Grupo Opinión MUND, quienes entrevistaron a una muestra representativa de 350 custodios en cuatro Centros Federales de Readaptación Social (Ceferesos); es decir, penales de máxima seguridad a cargo del Estado.

El primer Cefereso del país, el de Almoloya, se construyó en 1988 — durante el mandato del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari— y desde entonces no se había hecho un registro de lo que viven los guardias dentro, e incluso fuera de sus gruesos muros. Hasta ahora.

Los testimonios, elegidos al azar para la investigación titulada Condiciones de vida y trabajo del personal de los Ceferesos (octubre 2017), provienen de cuatro de los más importantes centros: El Altiplano, el Femenil de Morelos, el penal de Occidente —mejor conocido como Puente Grande— y el número 12 de Guanajuato; y en todos ellos se encontraron historias muy similares.

Los custodios creen que les toca hacer el trabajo difícil y más sucio del sistema penitenciario. Y tienen razones de sobra para decirlo así.

Aún cuando formalmente sus jornadas laborales deberían ser de 24 horas, por 48 de descanso, sólo el 10% de ellos reconoce que se le respetan como tal. La mayoría asegura que trabaja hasta 30 horas continuas, y 15 de ellas estando de pie.

Como no les pagan tiempo extra y, como generalmente sus casas les quedan lejos de los Ceferesos, muchas veces optan por quedarse en los dormitorios de las cárceles. Y eso, aunque no lo parezca, les repercute más allá de lo laboral.

Es como si los custodios permanecieran 24/7 en su rol. Pasan tanto tiempo dentro de una cárcel, y llevándose fuera de ella las consecuencias del encierro, que parece que nunca salieran de ahí.

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