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Cómo ponerse en forma sin dejar el alcohol

Es un mito que tengas que renunciar completamente al alcohol cuando quieres quemar grasa

Si uno está comprometido con ponerse en forma, la gente usualmente le dirá que el alcohol debería ser descartado de inmediato. Incluso unos cuantos tragos los fines de semana se convertirán enseguida en grasa e irán directo al estómago. Como resultado, todo el arduo trabajo que uno ha hecho en el gimnasio se anulará más rápido que Superman perdiendo sus poderes cada vez que aparece un fragmento de kriptonita. Se entiende que la única manera de obtener el cuerpo que uno quiere es evitando completamente el alcohol. ¿O no?

Contrario a la creencia popular, solo una fracción del alcohol que uno consume termina siendo almacenado como grasa. Además, estudios evidencian que es posible beber alcohol regularmente —diariamente en algunos casos— y aún así perder peso. (Claro, eso mientras uno beba con moderación y no se tome un six-pack en el sofá cada noche de por medio). Aquí te traemos una mirada más cercana a la ciencia del alcohol y la pérdida de peso y lo que eso significa para ti.

En primer lugar, menos del 5% del alcohol que uno consume se convierte en grasa. Sin embargo, eso no significa que no tenga ningún efecto en el aumento de peso. Más bien, el alcohol reduce la cantidad de grasa que el cuerpo quema para obtener energía. Se ha demostrado que tan solo dos tragos de vodka con limonada dietética pueden cortar por completo la oxidación lipídica —una medida de cuánta grasa está quemando el cuerpo— en más de un 70%

En lugar de ser almacenado como grasa, el alcohol se convierte en una sustancia denominada acetato. El acetato se libera en el torrente sanguíneo y prevalece en el metabolismo de proteínas, carbohidratos, y grasas. La forma en que el cuerpo responde al alcohol es muy similar a la forma en que responde al exceso de carbohidratos. Aunque los carbohidratos pueden ser convertidos directamente en grasa, esto no sucede a menos de que uno consuma cantidades gigantescas de ellos.

En cambio, uno de los principales efectos de sobrealimentarse con carbohidratos es que se reemplaza la grasa como fuente de energía. Al suprimir la quema de grasa, permite que la que está presente en la dieta sea almacenada mucho más fácil, y reduce la cantidad que está almacenada y se quema. Lo que eso significa es que el alcohol aumenta el almacenamiento de grasa únicamente cuando uno consume más calorías de las que quema. De hecho, hay muchos estudios que evidencian que uno puede beber alcohol y aún así perder grasa, simplemente siendo cuidadoso con el tema.

En un ensayo clínico, investigadores de la Colorado State University hicieron que un grupo de hombres bebieran dos copas de vino todas las noches para acompañar sus cenas. Después de seis semanas, no se evidenciaron muchos cambios. El peso de los hombres no cambió, y no se acumuló grasa. Así es como los investigadores resumen sus hallazgos:

“Nuestro estudio respalda el concepto de que el consumo moderado de alcohol (dos copas de vino al día) en sujetos con estilos de vida libre no influencia el peso corporal, la composición corporal, el metabolismo en reposo o la utilización de substrato de ninguna forma que podría promover el desarrollo de obesidad en un período de seis semanas».

Otro estudio del mismo grupo de investigación evidencia lo mismo. Beber dos copas de vino, cinco veces a la semana por 10 semanas, no tuvo ningún efecto en el peso corporal ni en el porcentaje de grasa de un grupo de mujeres sedentarias y con sobrepeso.

Científicos alemanes de la Universidad de Hohenheim reclutaron a un grupo de 49 sujetos con sobrepeso, y les asignaron una de dos dietas de 1.500 calorías. La primera dieta incluía una copa de vino blanco todos los días, y la otra un vaso de jugo de uva. Después de tres meses, el grupo del vino terminó perdiendo un poco más de peso —10,4 libras versus 8,3 libras del grupo del jugo de uva— aunque esta no fue una diferencia estadísticamente significativa.

En resumen, no hay nada en el alcohol que engorde inherentemente. Lo que engorda es consumir mucha comida constantemente respecto a las necesidades energéticas. Mientras la dieta general de uno lo ponga en un déficit de calorías, se puede reducir la grasa sin abandonar el alcohol.

¿Entonces por qué el alcohol tiene una reputación tan mala cuando se trata de la pérdida de peso?

El problema no está necesariamente en las calorías, sino en la forma en que el alcohol afecta el comportamiento alimenticio. El alcohol puede interrumpir los intentos de ponerse esbelto porque tiene un «efecto desinhibidor», haciendo que sea más difícil resistir la tentación de consumir ciertos alimentos.

Hay estudios que comprueban que uno tiende a comer más si un alimento es servido con una bebida alcohólica que cuando es servido con una bebida suave. Es así que uno sale afectado al doble —por las calorías en la bebida alcohólica, y por el subsecuente aumento en la ingesta de calorías.

Cuando se le pidió a un grupo de mujeres que probaran galletas después de tomar vodka con limonada dietética, o un placebo que tenía olor y sabor similar, resultaron comiendo más después de tomar el vodka. De los tres principales factores de estilo de vida que estimulan el consumo espontáneo de alimentos, el alcohol ocupa el primer lugar en la lista, por encima de ver televisión y la privación del sueño.

Imagínate esto: es un viernes en la noche, y saliste a cenar con algunos amigos. Has decidido de antemano que te vas a dar un pequeño gusto, pero solo con moderación. Te sientas para unos tragos previos a la cena, y te prometes a ti mismo que solo vas a tomar uno. Pero ese es seguido rápidamente por otro, y luego otro.

Como la luz decadente del sol poniente, tu habilidad para resistir la urgencia de comer ciertos alimentos se debilita gradualmente. Luego el «efecto ya qué hijueputas» aparece, y cualquier intento de poner un límite a lo que comes es abandonado rápida y silenciosamente. Se pierden las inhibiciones, y el interruptor de la restricción de la dieta se pone en posición de apagado. Es una pendiente resbaladiza que termina con un viaje a McDonald’s en las primeras horas de la mañana del sábado.

Pero eso no es todo. La sesión de entrenamiento que habías planeado hacer el sábado se va por la borda, y es reemplazada con una maratón de la nueva temporada de Narcos. Estás cansado, hambriento, y fastidiado contigo mismo por dejar que las cosas se derribaran. Para hacerte sentir mejor, terminas comiendo todavía más, embarcándote en un viaje de comida chatarra que dura de unas pocas horas a un par de días. Ya la cagué, te dices, así que haré lo que me plazca por el resto del fin de semana.

La decisión es tomada para abandonar tu más reciente misión de ponerte en forma y «empezar de cero» en una fecha posterior, puede ser la semana siguiente, el mes siguiente, o el año siguiente. Para resumir, la idea de que el alcohol se convierte automáticamente en grasa y llega a la cintura es errónea. El alcohol sí frena la quema de grasa mientras está siendo metabolizada por el cuerpo. Pero no es más propenso a detener la pérdida de peso que el exceso de calorías de los carbohidratos o la grasa.

El alcohol por sí mismo, si se consume con moderación, no va a tener un impacto negativo en la pérdida de grasa mientras sea tenido en cuenta en el balance de calorías semanal. Sin embargo, el alcohol puede entorpecer los intentos de ponerse en forma con el efecto dominó que en ocasiones tiene en los hábitos alimenticios y de ejercicio en las horas y días posteriores al consumo. Demasiado alcohol tiene el potencial de dañar el progreso de una forma que se extiende más allá de su contenido calórico.

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