Mientras el calendario marca el cierre de un año y las redes sociales se llenan de brindis, luces y buenos deseos, miles de personas atraviesan diciembre con una carga emocional que pocas veces se nombra: la depresión estacional. Se trata de un trastorno más común de lo que parece y que, en muchos casos, pasa desapercibido incluso para quienes lo padecen.
De acuerdo con la Atziri Arroyo Ruiz, académica de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG), este tipo de cuadros depresivos aparecen o se intensifican en determinadas épocas del año, particularmente durante el invierno, cuando confluyen factores biológicos, sociales y emocionales. El frío, la reducción de horas de luz solar, la presión social por “estar bien” y la cercanía de la cuesta de enero crean un terreno fértil para el deterioro del estado de ánimo.
El invierno también afecta al cerebro
La neurobiología ha documentado que la disminución de luz solar impacta directamente en los procesos cerebrales vinculados al bienestar emocional.
A ello se suman factores sociales como las fiestas decembrinas, la comparación constante con otros, la soledad, las pérdidas personales y la incertidumbre económica, que pueden detonar o reactivar síntomas depresivos, sobre todo en personas que ya han enfrentado episodios similares.
“Para muchos, esta época no representa ilusión, sino una confrontación directa con lo que falta, con lo que no se logró o con aquello que se perdió”, explica la especialista.
Tres señales clave de alerta:
Desde la salud mental se identifican tres características centrales de los cuadros depresivos:
- Tristeza persistente, que puede surgir de la frustración, la comparación social o la conciencia de pérdidas afectivas, materiales o personales.
- Anhedonia, es decir, la dificultad o incapacidad para disfrutar actividades que antes generaban placer, como la comida, la música, la convivencia o incluso pequeños gustos cotidianos.
- Desesperanza, una visión negativa del futuro y la sensación de que “nada va a mejorar”, reforzada por factores como la inseguridad, los cambios políticos, la presión económica y el inicio de un nuevo año cargado de incertidumbre.
En tanto, la ciencia ha demostrado que, durante estos cuadros, los circuitos cerebrales asociados al placer y la motivación no se activan de manera adecuada, lo que explica por qué incluso experiencias positivas pueden sentirse vacías o insuficientes.
