BEIJING (AP) — Ya sea en deportes, política, hackeos o guerra, la historia reciente de las relaciones de Rusia con el resto del mundo puede resumirse con una frase: Se salen con la suya.
La Rusia de Vladimir Putin ha perfeccionado el arte de desdeñar las reglas, ya sea en la arena olímpica, la diplomacia internacional o interfiriendo en las elecciones de otros países desde la comodidad de su hogar. Y ha sufrido poco por sus acciones.
En los Juegos Olímpicos en Beijing el país no compite —oficialmente. Sus deportistas compiten bajo el acrónimo COR (Comité Olímpico Ruso) por segunda vez. Los colores nacionales y la bandera están prohibidos debido a un masivo esquema estatal de dopaje que data de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 en Sochi.
Pero el primer escándalo grande en los Juegos de 2022 se centra en una patinadora rusa de 15 años que dio positivo en el uso de un medicamento cardiaco prohibido y pudiera costarle a la delegación una medalla de oro en la competencia por equipos.
La suspensión provisional de Kamila Valieva, al igual que la llamada prohibición de la participación oficial rusa en los Juegos, no hizo mucho. Valieva sigue entrenándose mientras se considera la decisión final y podría participar aún en la competencia individual, donde es la favorita.
Los que han observado las interacciones del país con otros en décadas recientes no están sorprendidos.
“En Rusia, la cultura es generalmente que el fin justifica los medios y que lo único que importa es el resultado”, dijo Dimitri Alperovitch, director del centro de estudios Silverado Policy Accelerator, quien se crio en la entonces Unión Soviética.
El dopaje en particular ha sido una vieja tradición en la Unión Soviética y Rusia, dijo Alperovitch. Pero Putin a menudo opera con impunidad en otras arenas, incluyendo cuando lo que está en juego es mucho más serio que medallas.
Más de 100.000 soldados rusos están desplegados en estos momentos a lo largo de la frontera con Ucrania en preparación para una posible invasión. Pese a semanas de gestiones diplomáticas, Putin parece seguir teniendo la ventaja, empujando a Europa al borde de la guerra y haciendo que el primer ministro británico Boris Johnson califique la situación como “el momento más peligroso” en el continente en décadas.
Muchos han acusado al gobierno ruso de envenenamientos, sin consecuencias. Entre los envenenados tras criticar al Kremlin: la periodista investigativa Anna Politkovskaya, que se enfermó gravemente tras beber una taza de té en 2004 y se recuperó, pero fue asesinada a tiros dos años después; y el político opositor y enérgico crítico de Putin Alexei Navalny, que se enfermó gravemente por envenenamiento en 2020. Navalny también se recuperó y está actualmente en prisión en Rusia. Ninguno de los envenenamientos fue vinculado claramente con el gobierno ruso.
Los esfuerzos de Putin para afectar las elecciones en Estados Unidos incluyeron el hackeo del Comité Nacional Demócrata en 2016 para ayudar al entonces candidato republicano Donald Trump y dañar a su rival, Hillary Clinton, mostraron investigaciones federales estadounidenses. Hackers del gobierno ruso fueron acusados el año pasado de una campaña masiva que atacó a varias agencias federales vitales en Estados Unidos.
El enfrentamiento actual con Ucrania no es la primera vez que el militarismo ruso ha amenazado con violar la llamada “tregua olímpica”, un acuerdo entre las naciones establecido para dejar a un lado sus conflictos durante los Juegos Olímpicos.
En 2014, mientras realizaba los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, Putin tomó el control de la península ucraniana de Crimea y sus estratégicos puertos en el Mar Negro. Y durante los Juegos de verano de 2008, realizados también en Beijing, Rusia reconoció a Osetia y Abjasia, dos repúblicas escindidas de la vecina Georgia, y fortaleció su presencia militar allí luego de una guerra de cinco días.
Las sanciones económicas y otros castigos impuestos por Estados Unidos y sus aliados luego de varias transgresiones rusas parecen haber tenido poco efecto como disuasión para mala conducta futura de Putin.
En 2020, el Departamento de Justicia acusó a seis funcionarios y exfuncionarios de la inteligencia rusa de una campaña de hackeo contra los Juegos de Invierno de 2018 en Corea del Sur. Fueron acusados de lanzar un software malicioso devastador durante la ceremonia de apertura de los Juegos, al arecer en represalia por la decisión del Comité Olímpico Internacional de suspender a Rusia de futuros Juegos Olímpicos por el escándalo de dopaje.
“Una y otra vez, Rusia lo ha dejado claro: No va a cumplir las normas internacionales aceptadas y, en lugar de ello, planea proseguir su conducta destructiva, desestabilizadora”, dijo el subdirector del FBI David Bowdich cuando las imputaciones fueron anunciadas.
Y una y otra vez Rusia procede inmutable. Así que ahí estaba Putin el viernes pasado, saludando desde su palco de lujo a los deportistas rusos que entraban al estadio en Beijing durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos.
Aunque está prohibido llevar la bandera en los uniformes rusos en estos Juegos Olímpicos, las banderas rusas ondearon en las tribunas cuando el equipo de hockey masculino del COR, luciendo su rojo tradicional durante la ceremonia, venció a Suiza en su partido inaugural.
“No sé por qué los rusos están compitiendo, dada su historia de dopaje”, dijo el senador republicano Mitt Romney, que presidió el comité organizador de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002 en Salt Lake City. “Creo que es un error enorme”.
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Los periodistas de The Associated Press Dasha Litvinova y Anatoly Kozlov en Moscú, Eric Tucker y Lisa Mascaro en Washington, y James Ellingworth en Beijing contribuyeron a este despacho.