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Tras Beijing, ¿podrá el COI rescatar los Juegos Olímpicos?

ARCHIVO- Dos trabajadores escanean un tubo después de recoger muestras de sillas y mesas para examinarlas por COVID-19 en el centro de medios de los Juegos Olímpicos de 2022, el jueves 10 de febrero de 2022, en Beijing. (AP Foto/Jae C. Hong, Archivo) ARCHIVO- Dos trabajadores escanean un tubo después de recoger muestras de sillas y mesas para examinarlas por COVID-19 en el centro de medios de los Juegos Olímpicos de 2022, el jueves 10 de febrero de 2022, en Beijing. (AP Foto/Jae C. Hong, Archivo) (Matt Slocum/AP)

BEIJING (AP) — Antes de dejar la ciudad, el extraordinario snowboarder canadiense Mark McMorris calificó los Juegos Olímpicos de Beijing como una versión de “prisión deportiva”. Estaba bromeando —más o menos— pero su visión no es tan errada.

La burbuja olímpica acordonada, que se rompió cuando la ceremonia de clausura llegó a su fin el domingo, ha producido el usual collage de deportistas extraordinarios haciendo cosas grandiosas. La jornada de 17 días, sin embargo, ha sido atestiguada a través de vitrinas cerradas —una lente deformada y esterilizada por el comité organizador de Beijing con el respaldo del gobierno chino.

El principal patrocinador: El Comité Olímpico Internacional (COI), que ha sido criticado duramente por producir unos Juegos Olímpicos que para muchos han carecido de alma y al mismo tiempo fueron contaminados por los escándalos y posturas políticas.

“Pienso que a veces no parecía como si su corazón estuviera en el sitio correcto”, indicó el esquiador acrobático Gus Kenworthy. “Se sienten como juegos de codicia. Es decir, los Juegos Olímpicos son tan increíbles, pero es un espectáculo televisivo”.

A medida que el COI retire sus apuestas de Beijing, tiene 29 meses para oprimir el botón de reinicio y aspirar a que suceda algo distinto, libre de COVID y con muchas mejores vibras cuando lleguen los Juegos de verano a París.

La pregunta más persistente será, incluso en un ambiente más abierto y democrático, los supervisores olímpicos pueden reparar su reputación al punto en que la gente —más notablemente, la disminuida audiencia televisiva y la cada vez más aislada legión de deportistas— comiencen a disfrutar de esta iniciativa nuevamente.

Algunas de las imágenes que deberán tratar de olvidar:

– La tenista Peng Shuai y el presidente del COI Thomas Bach reunidos para disfrutar de la medalla de oro de la esquiadora acrobática Eileen Gu.

– Los miles de evaluadores, protegidos de pies a cabeza con trajes protectores, empujando hisopos por las gargantas de los deportistas todos los días para la evaluación diaria por COVID-19.

– Una sollozante corredora belga de skeleton, Kim Meylemans, suplicando en redes sociales ser liberada de la cuarentena.

– Y por supuesto, el escándalo de dopaje de la patinadora artística rusa Kamila Valieva, quien lloró después de su desastroso programa largo, mientras su entrenadora le preguntaba: “¿Por qué dejaste de pelear?”

“Por todas las razones equivocadas”, dijo Robert Thompson, profesor de cultura pop en Syracuse, sobre la actuación de Valieva el jueves pasado, que fue fascinante para la televisión.

“Sorpresivo, extraño e hiper dramático”, agregó Thompson. “Todavía hoy busqué en los pasillos tratando de encontrar si alguien lo había visto o escuchado. He seguido de cerca los Juegos Olímpicos por 40 años y nunca había visto unos rodeados por tanto silencio, tan poco alboroto”.

Hasta el martes pasado, Nielsen Company señaló que la audiencia en horario estelar para NBC (que paga la mayor parte de las facturas de estos Juegos Olímpicos) y su servicio de transmisión en línea, Peacock, bajó 42% en comparación con los Juegos Olímpicos de 2018, a los que tampoco les fue nada bien.

La explicación más sencilla es apuntar hacia el aumento de opciones para seguir los Juegos y la diferencia de horarios; estos fueron los terceros Juegos Olímpico de Invierno seguidos celebrados en Asia.

Que el COI haya tenido que voltear hacia la autoritaria Rusia y después a China, para dos de los últimos tres Juegos de Invierno, habla más de un problema mayor que subraya la baja cantidad de personas interesadas. Cada vez es más difícil encontrar ciudades dispuestas a invertir y pagar la factura de organizar los Juegos y después enfrentar las críticas junto con el COI durante años.

Con solo una alternativa para 2022 —Kazajistán— la decisión del COI de entregar una de las joyas de la corona a China vino acompañada con compromisos.

El Comité Organizador de Beijing, en conjunto con el gobierno de China, tomó medidas extremas para impedir la propagación del COVID-19, que surgió dentro de sus fronteras hace dos años. También hizo sugerencias sutiles de que no era bienvenido hablar de temas que hicieran quedar mal a China: Derechos humanos, los uigures, Taiwán, Hong Kong y la contaminación.

También hubo bellos momentos, junto con otros que sacaron las emociones como solo puede pasar con los Juegos Olímpicos.

La despedida de Shaun White del snowboarding después de cinco ediciones de los Juegos Olímpicos tocó muchos corazones. El inquebrantable deseo de Mikaela Shiffrin de enfrentar la adversidad fue un recordatorio de que hay más que ganar en este tipo de eventos que subir a recoger una presea.

Tal vez la historia preferida de China sea la que vino de Gu. La esquiadora acrobática de 18 años que hizo historia al convertirse en la primera deportista de invierno en ganar tres medallas en los mismos Juegos —dos de oro y una de plata.

El hecho de que Gu sea una estadounidense que eligió competir por el país de origen de su madre, China, dejó en claro que a pesar de sus buenas intenciones no se puede dejar de lado la política de estos Juegos.

Cuando Bach llevó a la campeona tenista china Peng, cuya seguridad había estado bajo la lupa durante meses, para que asistiera a la primera prueba de Gu, hubo fuertes críticas al COI por usar el momento para ayudar a encubrir los pecados percibidos del país anfitrión.

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