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Venezolanos llevan su comida a otras tierras

Venezolanos que viven en Ciudad de México le compran empanadas y otros productos de su tierra al vendedor callejero Nelson Banda frente a la embajada de Venezuela en la capital mexicana el 20 de abril del 2022. (AP Photo/Marco Ugarte) (Marco Ugarte/AP)

CIUDAD DE MÉXICO (AP) — A Fabiana Márquez le brillaron los ojos cuando probó el panecillo relleno de jamón y queso. La recordó muchas cosas. Esta inmigrante venezolana no comía un “cachito” desde hacía en casi cinco años hasta que se topó con un vendedor callejero frente a la embajada de Venezuela en México.

La diáspora venezolana tiene cada vez más acceso a las tradicionales arepas, cachitos, empanadas y pastelitos de Venezuela, que ayudan a combatir la nostalgia y a ganarse la vida.

Márquez se fue de Venezuela en el 2017, en medio de una crisis social, política y humanitaria que hizo que seis millones de personas emigrasen a otras naciones del continente y más allá. Trabajó de niñera, limpiando hoteles, de mesera y en otras cosas, sobre todo en el interior de México. En el tiempo que pasó se alejó de sus raíces y de la comida típica que tanto disfruta.

“Me dio mucho gusto porque yo tenía muchos años que no comía comida venezolana”, declaró Márquez junto al vendedor, quien tenía contenedores de plástico llenos de platos venezolanos en un elegante barrio de la capital mexicana. “Desde que llegué a México no había comido nada más que unas arepas y me había desconectado completamente de lo que es la comida venezolana”.

Mientras que ella no puede disfrutar mucho de su comida típica, los mexicanos la están descubriendo. La diáspora venezolana abrió numerosos puestos de venta de arepas de choclo, cachitos, empanadas y pastelitos, que ayudan a combatir la nostalgia y a generar ingresos muy necesitados.

Muchos de los puestos se concentran en el exclusivo barrio Roma, pero también los hay en sectores de clase media y baja, así como en ciudades como Cancún, Acapulco, Puebla, Aguascalientes, Metepec y Culiacán.

Nelson Banda tenía una fábrica de ropa unos 130 kilómetros (80 millas) al oeste de Caracas y vendía uniformes escolares en todo el país. Tuvo que cerrarla hace un año y medio por la inflación, que hizo subir demasiado los costos de producción. Vendió el equipo y se vino a la Ciudad de México, donde tenía familiares.

Banda vende unas 80 empanadas y 40 cachitos diarios frente a la embajada venezolana. Luce un rompeviento con los colores de la bandera venezolana y vende también una malta típica de los desayunos venezolanos.

La mayoría de sus clientes son gente como Márquez, que deben hacer trámites o averiguaciones en la embajada, pero también hay clientes que van seguido.

“Sienten el calor venezolano cuando ven estas cosas”, dijo Banda. “Aquí hay una colonia venezolana grande y, bueno, aquí, en la comunidad, todos tratan de subsistir, cada quien monta su negocio a su manera y vende lo que puede”.

Organismos migratorios internacionales calculan que países de América Latina y el Caribe recibieron al 80% de los venezolanos que emigraron en los últimos años. Colombia y Perú son los que más venezolanos cobijaron, y últimamente México pasó a ser un destino popular porque no exigía visas a los venezolanos y está cerca de Estados Unidos, adonde muchos emigrantes esperan llegar algún día.

México, sin embargo, comenzó a pedir visa a los venezolanos en enero, lo mismo que a brasileños y ecuatorianos, debido a la cantidad de migrantes llegados de esos países de paso hacia Estados Unidos.

En diciembre, las autoridades estadounidenses encontraron venezolanos que intentaban cruzar la frontera ilegalmente casi 25.000 veces, más del doble de ocasiones que en septiembre. En el mismo período del 2021, había detenido a solo 200.

“Cada venezolano que sale… en su equipaje simbólico lleva sus sabores y lleva sus comidas y lleva incluso estrategias de sobrevivencia”, dijo Ocarina Castillo, antropóloga venezolana que ha estudiado la gastronomía de su país. “Porque buena parte de los venezolanos que llegan a cualquiera de los países de acogida, lo primero que consiguen para sobrevivir es la posibilidad de vender arepas, golfeados, empanadas, la posibilidad incluso de vender sus cocinas regionales”.

Los migrantes enfrentan cada vez más competencia por los trabajos en los países adonde van, en parte por la pandemia. Muchos llegan con pocos recursos y necesitan ayuda inmediata: comida, albergue y documentos legales, de acuerdo con la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas.

Igual que hicieron muchos emigrantes en el pasado, los venezolanos están llevando su comida a todo el mundo, a las calles de Chile, así como a Japón y Corea del Sur.

Las arepas irrumpieron en el mundo de la cocina de fusión. Un libro publicado recientemente por la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados incluye una receta para preparar arepas dominicano-venezolanas, rellenas de frijoles negros, chicharrón y queso. Fueron creadas por un venezolano que se radicó en la República Dominicana en el 2016.

“La gastronomía, cuando viaja, tiene dos papeles: Por una parte, es esa cosa maravillosa que te hace sentir bien, que te timbra y que te hace saltar las lágrimas, que te hace dar una emoción enorme y que te reencuentra con tu infancia”, expresó Castillo. “Pero, por otra parte, también es un puente con la cultura que te está acogiendo”.

Raybeli Castellano se graduó del conservatorio de música de su país y es una violinista profesional. Pero en el 2016, al desmoronarse la economía venezolana, decidió estudiar para asistente de vuelo, para panadera y para hacer de bartender, pensando que podría desempeñar esos oficios en el exterior.

Tras completar sus clases de panadería, se instaló en la Ciudad de México. Primero trabajó como panadera en un restaurante y también hizo de extra en una novela y de secretaria en una oficina. Al perder su empleo en la oficina por la pandemia, Castellano, de 26 años, abrió un negocio cocinando cachitos, pan de jamón y otros productos de panadería de su país. Los vende a través de la internet o por recomendación y hace entregas a domicilio.

En la primera semana vendió 100 cachitos.

Ahora tiene mexicanos entre sus clientes.

“Mi emprendimiento fue por necesidad, (pero) también sabía hacerlo, y dije ‘pues ya no quiero regresar a una oficina’”, comentó.

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