EUGENE, Oregon, EE.UU. (AP) — Triple salto, triple oro. Esta vez no hubo récord mundial en una gran cita, pero sí un oro que la convirtió en tricampeona.
Y público, que le rindió pleitesía a su espectáculo.
Yulimar Rojas se apoderó de su tercer oro en un Mundial de atletismo el lunes, al ganar la final con un salto de 15,47 metros, lejos de los récords del orbe que había impuesto durante sus últimos dos grandes eventos: los Juegos Olímpicos de Tokio el año pasado y el Mundial bajo techo efectuado en Belgrado recién en marzo.
La venezolana de 26 años, había generado incertidumbre en la antesala del Mundial, tras perderse la reunión atlética del mes pasado en Madrid, debido a una lesión en el psoas ilíaco de la pierna izquierda. Después de aquella ausencia, no habló con la prensa.
Pero en la pista del Hayward Field fue más que expresiva. Y si en las semanas anteriores la había tapado un velo de misterio, lo único que la cubrió en la tarde soleada y ventosa, cuando hizo su arribo al Hayward Field fue la caperuza de su sudadera.
En cuanto se le presentó con una ovación atronadora, se descubrió la cabeza, dejando ver su cabellera teñida de oro. Más tarde, se encargó de conseguir una presea que hiciera juego con ella.
Una más.
La saltadora nacida en una vivienda humilde de la pequeña localidad de Pozuelos frente al Caribe, tiene ahora un cetro que se suma a los obtenidos en los Mundiales de Londres 2017 y Doha 2019.
Superó así los dos oros que obtuvo la colombiana Caterine Ibargüen, su antecesora en el trono mundial del salto triple. Nunca antes una mujer se había coronado tres veces en el triple salto de un Mundial.
Rojas se colocó a la cabeza con su primer salto, de 14,60. La jamaiquina Shanieka Ricketts la superó en esa primera ronda, al alcanzar una distancia de 14,89.
Pero la plusmarquista de 26 años dejó claro inmediatamente después quién mandaba, con un salto de 15,47. Y nunca estuvo en desventaja de nuevo.
A partir de ese momento, sus esfuerzos se concentraron en la búsqueda de un mejor registro que la acercara quizás al de 15,74 metros que estableció en la capital serbia, donde rompió el 15,67 que ella misma había establecido en Tokio para protagonizar un momento mágico del olimpismo, pese a que no había público por la pandemia.
La falta de entusiasmo en el graderío no fue un problema el lunes. Rojas se encargó de azuzarlo desde que se quitó esa capucha. Gritó, agitó los brazos, aplaudió.
Y desde luego venció a sus rivales.
En su tercer intento saltó a una distancia de 15,24. El siguiente, que parecía estupendo, se invalidó por el viento y en el quinto cometió una infracción.
La plata fue para Ricketts, con ese salto que la colocó momentáneamente en la cima, y el bronce fue para la estadounidense Tori Franklin, con 14,72.