PUERTO PRÍNCIPE, Haití (AP) — Para Wilfred Cadet, comprar sopa en domingo es el equivalente a ir a la iglesia.
Sentado en sillas de plástico al lado de un puesto de comida callejera oculto en un callejón, el haitiano de 47 años sorbe sopa anaranjada de un tazón de metal junto a su hijo de 9 años.
Varios haitianos pasan a su lado sosteniendo recipientes de plástico de mayor tamaño, cada uno ansioso por alcanzar una cucharada gigante del guiso que está hirviendo en dos enormes cacerolas detrás de ellos.
Preparada con calabaza, carne de res, zanahoria y col —ingredientes que se producen en la isla—, la sopa joumou es un aspecto esencial de la cultura de Haití.
Y en un momento en que la crisis se intensifica en la nación caribeña, es uno de los pocos aspectos de orgullo nacional que perduran.
Al día de hoy, cuando uno menciona la sopa, los haitianos sonríen de inmediato.
“Es nuestra tradición, nuestra cultura. Enorgullece a la gente. Sin importar lo que pase (en Haití), la sopa va a perdurar”, dijo Cadet.
Durante el periodo colonial, los esclavos tenían prohibido comer el guiso condimentado, y estaban obligados a prepararlo para los franceses que eran dueños de ellos.
Pero los haitianos reclamaron la sopa joumou como propia en 1804, cuando orquestaron una de las rebeliones de esclavos más grandes y exitosas del hemisferio occidental. La revuelta le puso fin a la esclavitud en Haití mucho antes que en buena parte de la región, y el guiso recibió el apodo de “sopa de la independencia”.
En 2021, el mismo año en que el país se sumió en un caos tras el magnicidio del presidente Jovenel Moïse, la UNESCO agregó la sopa a su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial; se trata del primer platillo haitiano en la lista.
“Es un platillo festivo, profundamente arraigado en la identidad haitiana, y su preparación fomenta la cohesión social y la pertenencia entre las comunidades”, indica la UNESCO en la incorporación.
Es tradición comerla los domingos en la mañana, así como el Día de la Independencia haitiana en enero.
En esas fechas, los clientes empiezan a entrar por un par de rejas negras de metal al restaurante improvisado de Marie France Damas, de 50 años, a las 7:30 de la mañana.
Oculta detrás de filas de coches estacionados, una pared de ladrillo con un letrero pintado que reza: “Todos los domingos: Sopa joumou”, y una pila de calabazas locales, Damas trabaja sobre sus dos cacerolas grandes como lo ha hecho desde hace 18 años.
Su esposo se abre paso entre las mesas de plástico, tomando los pedidos, mientras que su hija rebana las verduras detrás de ella. Es un negocio familiar, pero Damas tiene muy claras las cosas.
“Soy la jefa de la sopa”, dice sonriendo.
El negocio le ha permitido mandar a sus hijos a la escuela y darle una buena vida a su familia en un lugar con uno de los índices de pobreza y desempleo más altos de la región.
Para cada haitiano, el platillo implica cosas diferentes.
Cadet y su hijo lo consideran un escape del caos cotidiano en la capital Puerto Príncipe.
Además le ha permitido a Cadet transmitir una parte valiosa de la cultura haitiana en una época en la que está desapareciendo poco a poco. Celebraciones como el carnaval, que alguna vez fueron el centro de atención en la isla, se han marchitado debido a la profunda violencia de las pandillas, la cual está desgarrando a la nación.
“La violencia en el país está provocando que todos se vayan, y con el tiempo, vamos a perder muchas tradiciones culturales", señaló Cadet. "Mi hijo, desde luego (se irá). Ahora mismo no le gusta Haití”.
Espera que cuando su hijo se marche, recuerde los domingos por la mañana que pasaron juntos.
Para otros, como Maxon Sucan, de 35 años, es una forma de reconectar con la familia y el hogar en el campo. Creció en un poblado rural en el oeste de Haití, en una familia de agricultores que cosechaba precisamente las verduras con las que se prepara la sopa. Llegó a Puerto Príncipe hace 13 años para mantener a su familia y es gerente de un club nocturno.
Tenía la costumbre de visitar a su familia de seis a ocho veces al año, pero debido a los secuestros y a que las bandas controlan la campiña, ya no puede ir a casa.
Así que los domingos en la mañana consume la sopa como alguna vez lo hizo de niño y piensa en su hija, con quien a veces no habla durante semanas.
“Tiene tres años y me duele no poder verla", dijo Sucan. "(Cuando como sopa joumou) recuerdo a mi familia”.
Mientras se prepara para irse del restaurante solo, sosteniendo un recipiente de plástico grande lleno de sopa caliente, hace una pausa.
“Cuando me vaya a casa hoy, le llamaré. Y cuando le llame, le preguntaré si comió sopa”, agrega.
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El periodista de The Associated Press Evens Sanon contribuyó a este reportaje desde Puerto Príncipe.