BEIRUT (AP) — Durante años, los habitantes de Alepo soportaron los bombardeos y los combates cuando su ciudad —en otro tiempo la más grande y cosmopolita de Siria— fue una de las zonas de combate más encarnizadas de la guerra civil. Sin embargo, ni siquiera los horrores de la guerra los prepararon para la devastación y el terror que trajo el terremoto de esta semana.
La catástrofe natural se sumó a muchas otras de origen humano, multiplicando el sufrimiento tanto en Alepo como en Siria en general.
Los combates en Alepo se detuvieron en gran medida en 2016, pero sólo se reconstruyó una pequeña cantidad de los numerosos inmuebles dañados y destruidos. Además, la población ha luchado más recientemente con la crisis económica de Siria, que ha disparado los precios de los alimentos y sumido a sus residentes en la pobreza.
El impacto del terremoto fue excesivo.
Hovig Shehrian relata que, en 2014, durante lo peor de la guerra en Alepo, él y sus padres huyeron de su hogar en una zona del frente debido a los cañoneos y los disparos de los francotiradores. Durante años, se mudaron de barrio en barrio para alejarse de los enfrentamientos.
“Era parte de nuestra rutina diaria. Cada vez que escuchábamos un ruido salíamos, sabíamos a quién llamar y qué hacer”, recuerda el joven de 24 años. “Pero… no supimos qué hacer con el terremoto. Creí que íbamos a morir”, agrega.
El sismo de 7,8 grados de magnitud ocurrido antes del amanecer del lunes, cuyo foco se ubicó a unos 112 kilómetros (70 millas) de distancia en Turquía, despertó a los habitantes de Alepo y los hizo salir corriendo a la calle mientras caía una lluvia invernal gélida.
Se derrumbaron decenas de construcciones en toda la ciudad. Más de 360 personas murieron en la urbe y cientos más resultaron heridas. Los trabajadores seguían excavando tres días después entre los escombros, en busca de sobrevivientes y muertos. Más de 11.000 personas murieron en el sur de Turquía y el norte de Siria.
Incluso aquellos residentes cuyos inmuebles se mantuvieron en pie tenían miedo de regresar a ellos. Muchos se han refugiado en las escuelas. Un monasterio cristiano maronita acogió a más de 800 personas, en particular mujeres, niños y ancianos, hacinados en cada habitación.
“Hasta ahora no estamos durmiendo en nuestras casas. Algunas personas duermen en sus autos”, informó Imad al-Khal, secretario general de las denominaciones cristianas en Alepo, quien estaba ayudando a organizar albergues.
Para muchos, el terremoto fue un nuevo tipo de terror, un nuevo shock después de lo que sufrieron durante la guerra.
Para Alepo, la guerra trajo un asedio largo y brutal. Los rebeldes capturaron la parte oriental de la ciudad en 2012, poco después de que comenzara la guerra civil en Siria. Durante los años siguientes, las fuerzas gubernamentales respaldadas por Rusia lucharon para desalojarlos.
Los ataques aéreos y los cañoneos tanto sirios como rusos arrasaron manzanas enteras. Se hallaron cadáveres en el río que divide la ciudad en dos partes. En el lado occidental, controlado por el gobierno, los residentes enfrentaron ataques regulares con fuego de morteros y cohetes de los combatientes de la oposición.
Una ofensiva final condujo a meses de lucha urbana, que finalmente terminó en diciembre de 2016 con la victoria del gobierno. Los combatientes de la oposición y sus aliados fueron erradicados y el gobierno impuso su control sobre toda la ciudad. Los grupos activistas calculan que unas 31.000 personas murieron en los cuatro años de enfrentamientos y que casi toda la población del sector oriental fue desplazada.
Alepo se convirtió en un símbolo de cómo el presidente Bashar Assad logró recuperar la mayor parte del territorio controlado por la oposición alrededor del corazón de Siria, con el respaldo de Rusia e Irán, a costa de una destrucción horrible. La oposición mantiene un último y pequeño enclave en el noroeste, centrado en la provincia de Idlib y partes de la provincia de Alepo, que también fue devastada por el terremoto del lunes.
Sin embargo, Alepo nunca se recuperó. Toda reconstrucción ha estado en manos de particulares. La población actual de la ciudad está muy por debajo de su cifra anterior previa a 2011, de 4,5 millones. Gran parte del sector oriental permanece en ruinas y vacío.
Los inmuebles dañados durante la guerra o construidos defectuosamente durante los combates se desploman regularmente. Un derrumbe, el 22 de enero, dejó 16 muertos. Otro en septiembre mató a 11 personas, entre ellos tres niños.
Alepo fue una vez el motor industrial de Siria, afirma Armenak Tokmajyan, miembro no residente del centro de estudios Carnegie Middle East y quien es originario de la ciudad. Ahora, agrega, está marginado económicamente, carece de infraestructura básica de gas y electricidad, y su población —que esperaba mejorías después de que terminaron los combates— sólo vio las cosas empeorar.
Ahora también han experimentado el golpe físico y psicológico del terremoto, manifiesta Tokmajyan. “Los dejó preguntándose, ¿realmente merecen este destino o no? Creo que el trauma es grande y pasará algún tiempo hasta que traguen esta píldora realmente amarga después de (más de) 10 años de guerra”.
Un nativo de Alepo, Rodin Allouch, cubrió la guerra para un canal de televisión sirio. “Solía estar en el frente de combate, tomando videos, obteniendo primicias. Nunca tuve miedo. Caían cohetes y obuses y todo, pero yo tenía la moral alta”, recuerda.
Con el terremoto fue distinto. “No sé qué nos hizo el terremoto exactamente. Sentimos que íbamos a reunirnos con Dios. Fue la primera vez en mi vida que tuve miedo”.
Durante la guerra Allouch tuvo que dejar su barrio en el sector oriental y tomó en alquiler un apartamento en el lado occidental. Sin embargo, el terremoto lo ha obligado a desplazarse una vez más. Cuando su edificio se sacudió, él, su esposa y sus cuatro hijos huyeron a un jardín cercano. Allouch dijo que no regresará hasta que el edificio sea inspeccionado y reparado. Todavía está en pie, pero tiene muchas grietas. En cambio, la familia se quedará en una tienda en la planta baja cercana que él tomó en renta.
“Es más seguro estar abajo (en la planta baja) si hay un terremoto”, afirma, pero se lamenta de que no hay combustible para la calefacción. “La vida es muy dura”.
Muchos otros en Alepo han sido desplazados más de una vez.
Farouk al-Abdullah huyó de su granja al sur de la ciudad de Alepo durante la guerra. Desde entonces, vive con sus dos esposas, 11 hijos y su madre de 70 años en Jenderis, una ciudad controlada por la oposición en la provincia de Alepo.
Su edificio se derrumbó por completo en el sismo, aunque toda la familia pudo escapar.
Dijo que el terremoto, con su destrucción por todas partes, y sus secuelas —como ver a los rescatistas sacar cuerpos de los escombros— “son mucho más horribles que lo visto durante la guerra”.
Y aunque la guerra puede parecer sin sentido, quienes están en ella a menudo tienen una causa por la que se sacrifican y le dan algún sentido a la muerte y la destrucción.
La devastación de la guerra en Alepo al menos “es de alguna manera una prueba de que no fuimos derrotados fácilmente”, sostiene Wissam Zarqa, un partidario de la oposición que estuvo en la ciudad durante el asedio y que ahora vive en la capital turca, Ankara.
“Pero la destrucción que provocan las catástrofes naturales es todo dolor y nada más que dolor”, afirma.
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Los periodistas de The Associated Press Abby Sewell y Sarah El Deeb en Beirut contribuyeron para este reportaje.