SAMANDAG, Turquía (AP) — Casi dos semanas después de que un fuerte sismo derribara decenas de miles de estructuras y desplazara a millones de personas en Turquía y Siria, muchos aún luchan para satisfacer sus necesidades básicas y algunos duermen en tiendas de campaña, fábricas, vagones de tren e invernaderos.
Quienes perdieron sus hogares en la zona del desastre describen una amplia variedad de condiciones actuales: Algunos pudieron hallar duchas calientes de forma regular, pero otros temen morir congelados.
El gobierno turco y decenas de grupos de ayuda han lanzado una campaña masiva de ayuda. El gobierno informó el miércoles que se han desplegado más de 5.400 contenedores de carga como refugios temporales y se han enviado más de 200.000 tiendas de campaña, pero persiste el peligro de un desastre masivo.
El gobierno informó que al menos 84.000 estructuras, con más de 332.000 viviendas, fueron destruidas por el terremoto del 6 de febrero o resultaron demasiado dañadas para ser usadas. No hay una cifra oficial sobre el número de personas desplazadas en el territorio turco de la región del desastre, en la que habitan unos 14 millones de personas, o el 16% de la población del país.
En las aldeas montañosas de la provincia de Kahramanmaras, los lugareños luchan por mantenerse en calor durante las noches de frío intenso.
Buyuknacar, una aldea a pocos kilómetros (millas) del epicentro del sismo de magnitud 7,8, sufrió daños graves y 158 personas murieron. Dos días después del temblor inicial, un helicóptero militar entregó provisiones y al quinto día se despejó el acceso vía terrestre.
Aunque los aldeanos cuentan con tiendas de campaña, estas son demasiado endebles para protegerlos del frío. Los habitantes dijeron temer que las condiciones heladas en las montañas provoquen más muertes.
“Nuestra necesidad básica es, primero, contenedores. Las tiendas de campaña no son funcionales aquí”, explicó Umut Sitil, de 45 años.“Las personas morirán congeladas en las tiendas de campaña”.
El martes, el presidente Recep Tayyip Erdogan afirmó que 2,2 millones de personas han abandonado la zona del desastre. De ellas, dijo, se han satisfecho las necesidades de vivienda de 1,6 millones, incluso unas 890.000 personas ubicadas en instalaciones públicas como dormitorios de estudiantes, y otras 50.000 en hoteles.
El Ministerio de Transporte informó el miércoles que el gobierno había ayudado a más de 272.000 personas a desalojar la zona por aire, mar y ferrocarril. Sin embargo, muchas personas prefieren permanecer cerca de sus hogares, ya sea para proteger sus pertenencias, esperar a que sean recuperados los cadáveres de familiares o —en las zonas rurales— cuidar su ganado.
Otros que buscan protección contra las temperaturas invernales han recurrido a cualquier estructura que los proteja.
Cerca de la costa mediterránea en Hatay, una de las provincias más afectadas, los agricultores del distrito de Samandag huyeron de sus hogares dañados hacia grandes invernaderos que normalmente se usan para cultivar tomates, llevando consigo toda la ropa de cama y utensilios de cocina que pudieron salvar.
Los habitantes señalaron que alrededor de 2.000 personas viven ahora bajo cubiertas de plástico. Muchos habían perdido no sólo sus hogares sino también su ganado.
“No hay un lugar seguro aparte de los invernaderos, porque las viviendas se derrumbaron por el sismo”, explica Ozkan Sagaltici, de unos 50 años.
Los aldeanos han instalado estufas de leña dentro de los invernaderos para cocinar la comida que les proporcionan las agencias de ayuda.
“No tenemos ropa limpia”, afirma Suzan Sagaltici, quien vive en un invernadero al otro lado del pueblo. “No podemos limpiarnos como quisiéramos, no podemos ducharnos. Es muy difícil vivir aquí. No hay un lavabo. No tenemos nada. Es como vivir al aire libre”.
Otras personas desplazadas han hallado un refugio relativamente estable. En otra parte de Hatay, la familia Yuksel encontró refugio en una fábrica de metal, donde se les ha proporcionado artículos de primera necesidad, como ropa y artículos para el hogar.
Veysel Yuksel, su esposa Dilek Nur Yuksel y sus tres hijos viven en un remolque en la fábrica cerca de la ciudad portuaria de Alejandreta. Los niños juegan entre maquinaria pesada mientras sus padres preparan la comida.
“Nuestra casa no fue destruida por completo, pero sufrió daños graves”, comenta Yuksel. “Todas las estructuras que rodean nuestra vivienda quedaron en ruinas”.
En los primeros días después del sismo, unas 1.600 personas de la cercana ciudad de Dortyol se quedaron en la fábrica, pero posteriormente cerca de la mitad se fue a otras partes de Turquía.
Los residentes desplazados pueden usar un baño compartido con agua caliente, una lavandería y una pequeña cocina. Duermen en oficinas, contenedores de transporte o remolques.
En la estación de tren de Alejandreta, las familias se refugian en vagones de tren, según la agencia estatal de noticias Andalou.
“Nuestra casa se ha vuelto inutilizable, no podemos entrar”, asegura Nida Karahan, de 50 años, cuya familia de cinco integrantes vive en un vagón pintado de color crema y rojo. “Los vagones se han convertido en nuestro hogar”.
Además de proporcionarles un refugio cálido, la gente dice que los militares les ofrecen tres comidas al día.
Qatar está enviando refugios que fueron usados por aficionados del fútbol durante la Copa del Mundo del año pasado. Muchas otras naciones también han mandado tiendas de campaña y contenedores.
En la capital provincial de Kahramanmaras, de la provincia del mismo nombre, los residentes también se quejaron de las dificultades para encontrar un lugar donde quedarse.
“No pude hallar nada parecido a una tienda de campaña durante los primeros tres o cuatro días”, asevera Haci Kose, padre de tres hijos. “Iba con mi familia en mi auto (pero) no podía encontrar un lugar para quedarnos donde quiera que fuera. Dijeron que hay casas de campaña aquí y allá (pero) lo están inventando”.
Finalmente, una agencia de ayuda de Azerbaiyán le asignó una tienda de campaña, pero —añade—todavía tienen problemas para comer lo suficiente o hallar un lugar para hacer sus necesidades.
“Ojalá estuviéramos atrapados bajo los escombros también para no tener que vivir en esta situación”, asevera Kose. “La ayuda no llega a las personas en las tiendas de campaña”.
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Gurel reportó desde Buyuknacar, Turquía, y Wilks desde Estambul.