Mónica Fernández Balboa, presidenta de la Comisión de Gobernación del Senado de la República (Morena), hace unos días informó que a través de una iniciativa buscará cambiar el nombre oficial del Zócalo de la Ciudad de México.
Con el objetivo de rendir un homenaje a la promulgación de la primera Constitución mexicana de 1824, la morenista propuso que ahora la plancha del Zócalo capitalino lleve por nombre “Plaza de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos de 1824″.
Aunque el nombre actual del Zócalo de la CDMX es “Plaza de la Constitución”, para Fernández Balboa se debe modificar porque éste fue designado en 1812 en homenaje a la Constitución Política de la monarquía española, la cual se aprobó en la ciudad de Cádiz, y a la cual le apodaron “La Pepa” y no es albur.
“El nombre actual, oficial, de la “Plaza de la Constitución” fue decretado en homenaje a la “Constitución Política de la Monarquía Española” aprobada en la ciudad de Cádiz el 19 de marzo del año de 1812 —Día de San José, onomástica de los José, Josefa y de los Pepes y Pepas—.
El argumento de los senadores para cambiar el nombre oficial de la Plaza de la Constitución fue para dejar de hacer referencia de la Constitución de Cádiz de 1812 y pasar a resaltar la importancia de la Constitución de los Estado Unidos Mexicanos de 1824 (CPEUM).
Plaza de la Constitución de 1812, la Pepa
La Constitución de Cádiz, aprobada el 19 de marzo de 1812, festividad de San José, conocida por eso como la Pepa, es la primera Constitución propiamente española, ya que el Estatuto de Bayona de 1808 no dejó de ser una “Carta otorgada” marcada por el sello napoleónico.
Esta Constitución —que da nombre al Zócalo de la Ciudad de México— se aprobó en el marco de la Guerra de la Independencia (1808 a 1814), y fue la respuesta del pueblo español a las intenciones invasoras de Napoleón Bonaparte que, aprovechando los problemas dinásticos entre Carlos IV y Fernando VII, aspiraba a constituir en España una monarquía satélite del Imperio, como ya había hecho con Holanda, Alemania e Italia, destronando a los Borbones y coronando a su hermano José Bonaparte. Pero la respuesta de los ciudadanos, jalonada por sucesos como el Motín de Aranjuez, las Renuncias de Bayona y el levantamiento de los madrileños el 2 de mayo, encerró un segundo significado para una pequeña parte del pueblo español.
La Constitución de 1812 tuvo una vigencia efímera. Fernando VII la derogó a su vuelta a España en 1814, implantando el más férreo absolutismo durante seis años. Tras el pronunciamiento de Riego en 1820, precisamente con las tropas que debían viajar a América para detener la emancipación, el Rey se vio obligado a jurar la Constitución de 1812, iniciándose así el Trienio liberal.
Con ello terminó la vigencia de la Constitución de Cádiz, pero no su influjo, que gravitó sobre la política nacional, directamente hasta 1868, e indirectamente, durante el resto del ciclo liberal. Tuvo además una gran influencia fuera de España, tanto en América, en las constituciones de las viejas colonias españolas al independizarse, como en Europa, en la que durante años operó como un auténtico mito, influyendo en las ideas constitucionales portuguesas, en el surgimiento del Estado italiano e incluso en la Rusia zarista.