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AP Explica: guía básica para entender a las pandillas de El Salvador

Un soldado hace guardia en Nueva Concepción, departamento de Chalatenango, El Salvador, el miércoles 17 de mayo de 2023. Soldados y policías rodearon el pequeño pueblo en el norte de El Salvador después de que el presidente Nayib Bukele dijera que pandilleros habían asesinado a un miembro de la policía nacional allí. (Foto AP/Salvador Meléndez) (Salvador Melendez/AP)

SAN SALVADOR, El Salvador (AP) — ¿CÓMO SE ORIGINARON LAS PANDILLAS?

En los años 70, grupos juveniles se reunían en San Salvador para escuchar música y consumir alcohol y drogas, casi siempre de manera pacífica, dice Stephen Offutt en su libro “Blood Entanglements: evangelicals and gangs in El Salvador”.

Según el experto en desarrollo y pobreza, el malestar social la Guerra Civil (1979-1992) provocó que estos grupos se volvieran violentos, aunque las pandillas como se las conoce actualmente se originaron en Estados Unidos.

Medio millón de salvadoreños se exilió por la guerra y la mayoría se estableció en Los Ángeles. Ahí algunos se unieron a pandillas mexicanas como Clanton 14 y surgieron la Mara Salvatrucha 13 y el Barrio 18. Inicialmente fueron aliadas, pero tras una fiesta en 1989 en la que miembros de la 18 balacearon a un MS nació la rivalidad que les distancia hasta hoy.

Los miembros de la MS son conocidos como “las letras” y los de la 18 como “los números”. Ambas se volvieron dominantes, pero hay otras pandillas más pequeñas —como la Mao Mao— y subdivisiones. Por ejemplo, la 18 se fragmenta en Sureños y Revolucionarios.

En los años 90, Estados Unidos deportó a unos 4.000 pandilleros con antecedentes penales a un país donde la guerra dejó 75.000 muertos y 12.000 desaparecidos. Al llegar prometieron poder y protección a sus reclutas, en muchos casos huérfanos que no tenían cómo mantenerse. A otros los obligaron con violencia y amenazas de muerte.

¿CÓMO AFECTARON LA VIDA COTIDIANA?

Con la llegada de los pandilleros, El Salvador se dividió en tres: territorios controlados por la MS, por la 18 y zonas neutrales.

Esto implicó que los salvadoreños pasaron décadas movilizándose con precaución, pues quienes vivían en barrios controlados por la MS podían peligrar en los de la 18. Además, al salir de su zona, los habitantes tenían que pagar un dólar a los pandilleros y otro al volver para evitar enfurecerlos.

Las extorsiones iban más allá: por décadas, miles de comerciantes pagaron cuotas mensuales a los pandilleros para evitar morir.

La dinámica territorial también generó códigos que afectaron la vida común, por ejemplo, mujeres de barrios de la MS debían evitar pintarse el cabello de rojo, pues ese color se usaba en los barrios de la 18. Los tenis blancos marca Nike solían asociarse a las letras y los Adidas a los números. Las gorras con logos de equipos de béisbol sólo eran utilizadas por pandilleros con estatus.

En las zonas controladas por las pandillas imperaba una ley no escrita conocida como “Ver, oír y callar”. Funcionaba así: digamos que la pandilla roba el taxi de un hombre y él pierde su única fuente de ingreso, pero si denuncia el crimen ante la policía la pandilla se venga violando a su esposa (o su hija) o matándolo.

¿QUÉ HA HECHO EL GOBIERNO?

En 2015 El Salvador se convirtió en el país más violento del mundo con una tasa de 106 muertes violentas por cada 100.000 habitantes. Ese año registró 6.656 homicidios.

En 2003 el presidente Francisco Flores implementó el llamado Plan Mano Dura para desplegar operativos policiales y realizar capturas masivas. Al año siguiente, con Tony Saca en el gobierno, el Plan Súper Mano Dura fue una supuesta continuidad, pero ninguno funcionó.

El mandatario Mauricio Funes intentó pactar con los criminales y también fracasó. La tregua brindó alivio temporal pero los beneficios otorgados a los pandilleros los empoderaron para seguir cometiendo delitos.

Medidas posteriores como denominarlas grupos terroristas, aumentar las penas de cárcel para sus líderes detenidos o confiscarles dinero y armas tampoco dieron un alivio real.

Nayib Bukele llegó al poder en 2019 con la promesa de borrar a las pandillas del mapa y ésa sigue siendo la consigna que podría permitirle reelegirse aunque lo prohíbe la constitución.

Su régimen de excepción vulnera varias garantías constitucionales pero gran parte de la población le apoya porque las pandillas parecieran estar lejos de las calles, los patrullajes de policías y militares son constantes y en mayo dijo haber cumplido un año sin homicidios.

Organizaciones de derechos humanos cuestionan sus medidas restrictivas y expertos cuestionan si el régimen soluciona el problema de la violencia a largo plazo.

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