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Putin intenta sacudirse la sombra del aislamiento internacional

Putin y Maduro en Moscú. (Imagen del 7 de mayo de 2025) DW

Yoani Sánchez analiza en su columna las relaciones latinoamericanas de Vladimir Putin en el Día de la Victoria.Leer los gestos y la escenografía del poder es toda una ciencia que nunca llega a dominarse del todo. Los expertos en la danza de la diplomacia han estado atentos los últimos días a la llegada de un puñado de gobernantes a Moscú, para conmemorar el 80 aniversario de la victoria sobre el nazismo.

Putin ha querido aprovechar la ocasión para disipar las sombras de su aislamiento internacional y mostrarse como un imprescindible líder mundial. Pero los pocos mandatarios que viajaron desde América Latina dicen más de la distancia de Rusia con este hemisferio que de su cercanía.

Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro, fieles a su rol de camaradas del Kremlin, han acudido puntualmente a la cita con discursos, colocación de flores ante varios monumentos y la firma de altisonantes acuerdos de cooperación. Sin embargo, basta mirar con atención las imágenes de estos dos presidentes en sus encuentros con los políticos rusos, para notar el grado de subordinación que despliegan ante el nuevo zar. Mientras en las fotos oficiales Xi Jinping le sostiene la mirada a Putin y apenas esboza una sonrisa, los caudillos americanos festejan con guiños complacientes a la espera de alguna migaja. No es para menos.

Maduro llega a Moscú en medio del repudio que ha provocado el robo de las elecciones presidenciales de julio pasado. Criticado por tamaño fraude, incluso por varios líderes de izquierda del continente, el dictador venezolano ha visto reducirse las invitaciones oficiales y las alfombras rojas en otros países.

La inflación que sigue azotando la economía venezolana y el regreso de la sanciones petroleras impuestas por Washington han contribuido al desamparo político de Caracas que apenas cuenta con un puñado de aliados. Su reunión con Putin sella el abrazo entre dos sátrapas encerrados en sus propios palacios pero, aun así, tremendamente peligrosos.

Díaz-Canel es caso aparte. Sin nada que ofrecerle a Moscú, como no sea un acuerdo de abrir aún más la Isla al turismo ruso, al cubano le ha tocado pasar el sombrero. Su viaje está marcado por el desespero y la urgencia de un país donde los apagones diarios superan las 20 horas, el número de viajeros internacionales retrocede y el éxodo masivo no se detiene. Con el verano a la vuelta de la esquina y un déficit eléctrico de más de 1500 megavatios cada jornada, al inquilino de la Plaza de la Revolución le urge un salvavidas en recursos y petróleo. Para evitar otras protestas populares como las de julio de 2021 no basta con la represión, que ha desplegado con fuerza en los últimos años, tiene que ofrecer algún alivio a las familias y solo puede hacerlo con alguna dádiva que llegue desde fuera.

Esa relación de subordinación de La Habana con Moscú es más que aprovechada por el Kremlin. Aunque Serguéi Lavrov ha dejado claro que para Rusia el "eje bolivariano" sigue vigente y se proyecta como contrapeso geopolítico en tiempos de conflictos bélicos y sanciones, también sabe que Díaz-Canel es una ficha menor en el tablero de la nueva guerra guerra fría que vivimos, y como tal lo tratan. Habrá que ver cuántos de los tratados y de los apoyos anunciados, a bombo y platillo, por estos días, terminan realmente por concretarse sobre la maltrecha economía cubana.

Después de los brindis y los desfiles, Maduro regresará a Caracas y Díaz-Canel a La Habana. Ambos gobernantes retornarán al aislamiento. Putin cerrará las cortinas y también retornará a los inmensos salones desiertos del Kremlin. La coreografía del poder es para ellos un baile en solitario.

(ms)

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