“Si Europa quiere ser parte de una solución democrática en Cuba, debe dejar de apuntalar a quienes garantizan su permanencia autoritaria”, considera la directora del proyecto Ciudadanía y Libertad.Carolina Barrero es una destacada defensora de derechos humanos y activista por la democracia en Cuba desde el ciclo de protestas del año 2021, uno de los mayores desafíos políticos al régimen cubano en más de seis décadas. Su participación en ese proceso la convirtió en una de las voces más visibles de la oposición democrática y le valió detenciones arbitrarias, arresto domiciliario y, finalmente, el exilio forzado en 2022.
Desde España ha consolidado su labor política e intelectual al frente de Ciudadanía y Libertad, una organización de derechos humanos fundada en 2023, dedicada a la defensa de las libertades civiles y políticas en Cuba.
En mayo de 2025, presentó ante la Unión Europea el informe jurídico “El derecho de asociación en Cuba: arquitectura legal de la represión”, una investigación que documenta cómo el sistema normativo cubano impide deliberadamente la existencia de organizaciones independientes. Este informe fue entregado al Servicio Europeo de Acción Exterior, a eurodiputados y a representantes de Estados miembros, como parte de las acciones previas al Comité Conjunto UE-Cuba a celebrarse a inicios de junio. Sobre su visión acerca de la actualidad y el futuro de Cuba conversó con DW.
Casi 5 años han pasado desde aquella revuelta intelectual de 2020 que hoy conocemos como “Movimiento 27N” de la que fuiste en parte protagonista. ¿Qué ha cambiado en la lucha opositora contra la dictadura desde entonces?
A partir del verano de 2021 ya nada volvió a ser igual. El 11 de julio marcó un punto de inflexión en nuestra historia de la lucha contra la dictadura. Antes, la protesta en la calle que desarrollaban grupos como Movimiento San Isidro, Damas de Blanco, UNPACU, o 27N, entre otros, eran hechos aislados, concentrados, circunscritos a grupos de personas determinados, pero en el año 21 eso cambió. La ciudadanía se apropió de la protesta, la reclamó, la hizo suya, comprendió su lenguaje, y desde entonces forma parte del repertorio de nuestra cotidianidad. Antes, eran muy raras; ahora lo raro es que no sucedan cada dos por tres. Justo esta semana, durante dos noches seguidas, las ciudades de Bayamo y Cienfuegos se lanzaron a la calle en medio de la noche, tras apagones de más de 24 horas. En medio de esa oscuridad gritaban LIBERTAD.
En estos cinco años ha cambiado también la percepción internacional del régimen. La fachada que durante décadas logró sostener, una mezcla de propaganda antiamericana con bastión ideológico de la izquierda, ha perdido eficacia. El tiempo, la represión sistemática y la evidencia acumulada han corroído esta narrativa cuidadosamente diseñada para el consumo externo desde los laboratorios de la inteligencia cubana. Incluso en países como Alemania, que vivieron en carne propia el totalitarismo comunista, sigue costando reconocer lo que ocurre en Cuba, pero la negación se ha vuelto menos sostenible.
¿Qué es Ciudadanía y Libertad, proyecto opositor del cual eres Directora Ejecutiva, y cuál es su propuesta para el futuro de Cuba?
Ciudadanía y Libertad es una organización de derechos humanos dedicada a la defensa de los derechos civiles y políticos, en particular el derecho de asociación, asamblea y la participación política. Estos derechos han sido históricamente negados, restringidos o directamente criminalizados por el aparato del Estado totalitario cubano.
Nuestro propósito es contribuir a la construcción de una ciudadanía informada, plural y consciente de sus derechos, así como a generar las condiciones institucionales para una transición real hacia la democracia. Trabajamos para elevar la cultura democrática, fortalecer los fundamentos del Estado de derecho, reivindicar el valor de la discrepancia política y proteger el espacio cívico frente a un régimen que lo ha clausurado durante más de seis décadas.
La práctica de la diplomacia de lo políticamente correcto establece no cerrar la puerta al diálogo con las dictaduras. En tu experiencia, ¿qué retos supone eso para la labor internacional de la oposición cubana?
La diplomacia de lo políticamente correcto, que desafortunadamente es comprendida por algunos países como la práctica de “no cerrar la puerta al diálogo” con regímenes autoritarios, plantea desafíos complejos para la labor internacional de la oposición cubana ya que en la práctica ese tipo de diálogo suele ser funcional a las dictaduras. Más que una vía para fomentar cambios reales, se convierte con frecuencia en un mecanismo de legitimación, donde los regímenes obtienen reconocimiento político y diplomático, cediendo migajas en términos de libertades o derechos.
Hace poco, conversando sobre esto con el politólogo cubano Armando Chaguaceda, recordábamos una frase de Albert Camus que lo resume bien: "La tiranía no se edifica sobre las virtudes de los tiranos, sino sobre las faltas de los demócratas." Y eso es precisamente lo que observamos.
Un ejemplo concreto de esto es el Acuerdo EU-Cuba. En su marco actual, altos funcionarios del régimen, algunos directamente responsables de actos de represión, tortura y persecución política, no reciben sanciones individuales en Europa. No tienen restricciones financieras ni limitaciones de movilidad. Tienen acceso libre a Europa, donde abren cuentas, operan empresas, compran propiedades y, en muchos casos, contribuyen a facilitar redes opacas que permiten a actores como Rusia evadir sanciones internacionales. Mientras tanto, los cubanos dentro de la isla enfrentan prisión, exilio o exclusión por ejercer derechos básicos. Es escandaloso ver cómo los perpetradores pasean libremente por Madrid, París o Berlín, mientras sus víctimas languidecen en cárceles de alta seguridad o sobreviven en condiciones extremas. Eso erosiona la credibilidad de las democracias europeas y refuerza la impunidad del régimen castrista.
La labor internacional de la oposición cubana consiste, entre otras cosas, en exigir coherencia entre los valores que Europa proclama y las políticas que implementa. El verdadero diálogo con Cuba no es el que se mantiene con los jerarcas del Partido Comunista, sino el que se abre con su sociedad civil: con los activistas, periodistas independientes, defensores de derechos humanos, artistas, académicos y opositores políticos. Si Europa quiere ser parte de una solución democrática en Cuba, debe dejar de apuntalar a quienes garantizan su permanencia autoritaria.
Todo indica que la dictadura se siente impune ante la debilidad de la política internacional. ¿Es, en verdad, fuerte la dictadura?
La dictadura cubana no está tan fuerte como se muestra. No tiene legitimidad interna ni capacidad de garantizar un mínimo bienestar material o espiritual para la ciudadanía. Lo que tiene es una estructura de control altamente sofisticada, heredada del modelo soviético, donde el aparato represivo y el control total de la vida pública –medios, instituciones, economía, educación, asociaciones– le permiten sostenerse a pesar del fracaso. Su proyección de fuerza es, en gran medida, una ilusión bien trabajada, sostenida por la violencia, la vigilancia y el silencio forzado. Pero también por la complicidad, por la falta de voluntad política internacional de llamar las cosas por su nombre y de actuar en consecuencia.
Es, en realidad, un régimen que vive del chantaje geopolítico, de la propaganda, de las remesas y de la represión.
Una de las críticas a la oposición en Cuba es que no ha sabido canalizar el creciente descontento popular hacia un movimiento de masas que empuje al cambio. ¿Qué ha impedido esa movilización?
Quienes formulan esa crítica desde fuera muchas veces no comprenden el peso estructural de un régimen totalitario como el cubano. Cuba no es simplemente una dictadura; es un Estado donde el control es absoluto: no hay libertad de asociación, no hay partidos de oposición legalizados, no existen medios independientes permitidos, y el castigo por disentir puede significar la cárcel, el exilio, la marginación total o la muerte. En esas condiciones, pretender una movilización de masas como si estuviéramos en una democracia fallida o una dictadura blanda es ignorar la realidad.
Aun así, esa movilización existe. No siempre en forma de marchas masivas, pero sí en la multiplicación de actos de resistencia, en la cultura del desacato, en la emergencia de nuevas organizaciones y voces que desafían el relato oficial. La conciencia está despertando, pero necesita tiempo, acompañamiento y garantías mínimas que no existen hoy.
¿Cuáles son los retos que tiene la oposición cubana ahora mismo para que la Unión Europea termine de condenar con firmeza a lo que la mayoría de ellos sigue llamando “gobierno cubano”?
El primer reto no es de orden político, es moral y epistemológico. Se trata de lograr que la Unión Europea supere una narrativa que ha sido funcional al régimen cubano durante décadas: la de una “revolución imperfecta”, un “modelo alternativo”, una supuesta “soberanía resistente” que, en nombre de una ideología, ha justificado la represión estructural. Esa narrativa ha calado especialmente en sectores de la izquierda europea que, aun sabiendo que Cuba es una dictadura, se resisten a decirlo públicamente por lealtades históricas, compromisos ideológicos o cálculos estratégicos. Y esa renuencia tiene consecuencias muy concretas: impide la aplicación de sanciones, obstaculiza una revisión real del Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación, y sigue otorgando al régimen cubano una legitimidad diplomática que no merece.
El segundo reto es estructural. A diferencia de otras causas que cuentan con representación institucional o plataformas permanentes en Bruselas o Ginebra, la oposición cubana está dispersa, perseguida, y muchas veces obligada al exilio. Hacer incidencia internacional en esas condiciones es un acto de resistencia en sí mismo. A pesar de ello, hemos logrado avances: el creciente número de eurodiputados que reconocen el carácter represivo del régimen, la inclusión de Cuba en informes clave sobre derechos humanos, y la visibilidad de nuestras demandas en organismos multilaterales.
Pero el verdadero reto es conseguir que Europa actúe con coherencia. Que entienda que no se puede defender la democracia en Ucrania mientras se blanquea la represión en Cuba. Que no se puede hablar de valores universales mientras se invita a los torturadores a cenas diplomáticas.
Lo que pedimos no es caridad, sino coherencia. Que Europa mire a Cuba con los mismos ojos con los que miró a la Checoslovaquia de los años 70 o a la Polonia del sindicato Solidarność. O como mira hoy a las fuerzas democráticas bielorrusas.
Varios expresidentes latinoamericanos han dicho que acabar con la dictadura cubana es arrancar la raíz de un mal que ha corrompido por décadas la política en América Latina. ¿Lo crees posible?
Creo que tienen razón al identificar a la dictadura cubana como el núcleo irradiador de un modelo de autoritarismo que ha hecho escuela en América Latina. Por la influencia política e ideológica, y por la asesoría directa en inteligencia, control social, propaganda, exportación de represión, y por su papel como sostén estratégico y simbólico de otros regímenes como el venezolano o el nicaragüense.
Sin embargo, desmantelar esa raíz no es una fórmula mágica que resuelva todos los problemas de la región. La solución cubana puede ser una señal decisiva, un golpe al corazón del autoritarismo continental, pero requiere una estrategia internacional clara, coordinada y sostenida. La transición en Cuba sería una oportunidad geopolítica para sanear el ecosistema político de la región. No es sencillo, pero es posible. En palabras de Václav Havel: “La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”.
(ers)