Günther Maihold analiza en su columna el estado y las perspectivas del progresismo político en América Latina."Democracia Siempre" fue el título de la reunión de los presidentes de Chile, Brasil, España, Uruguay y Colombia celebrada el 21 de julio de 2025 en Santiago de Chile. En dicha reunión, los dignatarios acordaron un trabajo conjunto para abordar las causas profundas y estructurales que socavan las instituciones, los valores y la legitimidad democráticas.
Sin embargo, existe la duda de si a través de este tipo de eventos se logrará trascender la retórica e inducir acciones conjuntas, debido a la heterogeneidad interna de estas fuerzas que se identifican de "progresistas" y ya no de izquierda en la región.
El progresismo latinoamericano, una asamblea muy variada
A esta corriente pertenecen varios líderes de América Latina: Andrés Manuel López Obrador (2018) en México, Alberto Fernández y Cristina Kirchner (2019) en Argentina,Luis Arce (2020) en Bolivia, Pedro Castillo (2021) en Perú, Gabriel Boric (2021) en Chile, Gustavo Petro (2022) en Colombia, Lula da Silva (2022) en Brasil, Claudia Sheinbaum (2024) en México y Yamandú Orsi (2025) en Uruguay.
No se trata solo de mandatarios, sino también de partidos, alianzas y movimientos que se congregan bajo el lema del "progresismo". Sin embargo, el hecho de haber convocado a partidos "progresistas" no logra cubrir la alta heterogeneidad de los planes de gobierno y sus protagonistas.
Basta con revisar los cambios que caracterizan la política de Lula da Silva, quien debe buscar mayorías parlamentarias para sus iniciativas entre partidos conservadores y de derechas que, a su vez, defienden propuestas contrarias al programa del presidente. Aparte de ser considerado un líder gerontocrático de casi 80 años, Lula sigue siendo el emblema de un progresismo emanado de sus raíces sindicales que, en cierto modo, representa una imagen del pasado y sigue anclado en una retórica tradicional.
Bolivia, fin de un ciclo
Con las elecciones de Bolivia parece avecinarse el fin de un ciclo político dominado por el partido MAS, con la particularidad que ni el actual presidente, Luis Arce, ni Evo Morales forman parte de la contienda electoral.
La lucha entre estas personalidades, especialmente el deseo de Morales de perpetuarse en el poder, están por destruir al partido MAS y abrir el camino para que las fuerzas políticas opositoras vuelvan al poder.
Aparte, el desastroso resultado de la gestión gubernamental de los últimos años pende sobre sus protagonistas, empezando por la falta de inversión en exploración de hidrocarburos, la dilapidación de los millonarios ingresos recibidos de la exportación de gas y una crisis fiscal, incapacidad de pago y déficit en la cuenta corriente que ponen en entredicho la continuidad de un control gubernamental que el MAS estrenaba casi interrumpidamente desde el año 2005 basada en una consolidada presencia municipal.
Según las encuestas, el resultado de la lucha entre los supuestos herederos del MAS podría ser no solo la pérdida del poder, sino también una parálisis interna por el bloqueo de una renovación generacional, de cuadros y del carácter programático de esta fuerza política.
Una larga fila de personalismos
Esta situación, en la que el progresismo está vinculado a ciertas personalidades políticas, se presenta como uno de los déficits centrales de esta corriente política, que no logra encontrar un programática conjunta ni una forma de actuar común. Siguen dominando prioridades nacionales que impiden una alianza de carácter regional. Ciertamente ya no se incluye en la lista del progresismo a los presidentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, cuyos países llevan tiempo dirigiéndose hacia regímenes dictatoriales de diferente índole (de partido, familia y militar).
Un caso muy llamativo es el del partido Revolución Ciudadana (RC) de Ecuador, una formación política que nació de la mano de Rafael Correa y que siempre le ha seguido, a pesar de que el expresidente reside en el extranjero. Sin embargo, después de varias campañas electorales lideradas por Luisa González como candidata presidencial sin el éxito esperado, parece que se ha iniciado un proceso interno que cuestiona el papel de Correa como "líder moral" del partido.
Con la petición de diálogo por parte de varios alcaldes del partido para redefinir el papel de su fundador y la línea política marcada por él, se está abriendo un espacio para reorientar el movimiento más allá de la hegemonía política de Rafael Correa, desenlace que queda abierto, especialmente por la reacción del propio Correa, que inmediatamente ha tildado a los promotores de esta idea de "traidores".
Algo parecido está sucediendo en Colombia, donde la errática gestión gubernamental de Gustavo Petro amenaza con destruir las opciones electorales de su fuerza política, el "Pacto Histórico", en las elecciones del año 2026. El presidente sigue su propia idiosincrasia, lo que no permite identificar un norte claro para el país, y se suma a ello una grave crisis de gobernabilidad. En solo tres años de gestión presidencial, Petro ha designado a 57 ministros, lo que evidencia una clara inestabilidad y falta de continuidad en la gestión gubernamental, que también se refleja en los pobres resultados de un mandatario que comenzó con altas expectativas y terminará con promesas incumplidas, culpabilizando siempre a otros de su fracaso en la organización de su propio gobierno.
En las primarias celebradas en junio de 2025 en Chile, la candidata del PPD y del PS, Carolina Tohá, fracasó estrepitosamente frente a Jeannette Jara, candidata del Partido Comunista, en la carrera hacia la presidencia chilena. No sorprende, entonces, que el secretario general del PPD sentenciara: "Como Socialismo Democrático, debemos hacer una reflexión profunda y entender por qué la sociedad no nos ve como una opción de proyecto de país", lo que, de alguna manera, también indica una ausencia de identidad e identificación de la ciudadanía con los contenidos del llamado "progresismo". Así, el espacio del centro político, antes ocupado por la "Concertación", queda vacío ante la confrontación con una derecha radical dominada por José Antonio Kast.
La debilidad del progresismo latinoamericano no solo es consecuencia de su tendencia hacia los fuertes personalismos y la preferencia por las posiciones nacionales (en el caso mexicano, con cierto aislacionismo), sino también de esta fórmula sin mucha sustancia programática que no ha logrado cuajar en un programa identificable. Así, ante el avance de una nueva derecha en la región, el progresismo queda con pantalones cortos.
(ms)