El anuncio llegó un lunes que parecía uno más en el calendario interminable del conflicto. El 29 de septiembre, en la Casa Blanca, Benjamin Netanyahu y Donald Trump se estrechaban la mano ante un auditorio saturado de cámaras. En Gaza, el humo empezaba a disiparse. Por primera vez en dos años, el eco de las bombas daba paso a un silencio cargado de incredulidad.
El acuerdo de paz entre Israel y Hamás, sellado tras meses de contactos indirectos y mediaciones discretas, fue presentado como el punto final de una guerra que había costado más de 60 000 vidas y devastado gran parte de la Franja. Pero lo que más sorprendió no fue el texto del acuerdo —21 puntos de compromisos recíprocos— sino el contexto: la mediación directa de Donald Trump, fuera de la Casa Blanca pero todavía con la capacidad de alterar el tablero geopolítico.
El historiador y conferenciante Yoel Schvartz, especialista en historia de Israel y Medio Oriente, analiza el significado del pacto y las razones por las que, sin el exmandatario estadounidense, “difícilmente se habría llegado hasta aquí”.
Un tratado sin ganadores absolutos
“El acuerdo es peculiar porque no tiene un beneficiario claro —explica Schvartz—. En cierto modo, todos pueden presentarse como ganadores”.
La fórmula de Trump, que combina ceses de fuego verificables, devolución simultánea de rehenes y desarme progresivo de Hamás bajo supervisión internacional, está diseñada para que ninguna de las partes sienta que ha cedido del todo.
Del lado israelí, la devolución conjunta de los 48 rehenes representa un triunfo emocional y político. “Fue una condición inamovible para Netanyahu y una demanda de la sociedad israelí desde el primer día. La devolución sin fases ni demoras es una victoria tangible”, detalla Schvartz.
A esto se suma el establecimiento de una zona de seguridad permanente entre Israel y Gaza, una franja desmilitarizada bajo control de fuerzas internacionales. Para Israel, significa recuperar la sensación de frontera segura.
Desde el punto de vista palestino, la ganancia es distinta pero igualmente simbólica: el fin de la guerra y la retirada israelí completa de la Franja de Gaza, con la promesa de que el nuevo gobierno local será civil, encabezado por tecnócratas palestinos “no vinculados con Hamás”.
“Hamás logra algo que buscaba desde hace meses: el fin de las hostilidades y la salida del ejército israelí. Aunque su estructura militar y política está destruida, puede presentarlo como una victoria moral”, explica el historiador.
El precio de la supervivencia
Hamás llega debilitado al acuerdo. Dos años de guerra redujeron su capacidad militar y erosionaron su legitimidad. Pero, para Schvartz, sobrevivir es ya una forma de victoria.
“El solo hecho de seguir en pie y de poder negociar después de tanto daño a su población es, para su narrativa, un logro moral”, señala.
Sin embargo, advierte: “El aparato de Hamás no se desintegrará del todo. Persistirá mientras se mantenga el círculo vicioso de la venganza. El punto clave es quién gobernará Gaza en los próximos meses”.
Según el tratado, una comisión internacional de reconstrucción y gobernanza —compuesta por representantes de Egipto, Jordania, Emiratos Árabes, Estados Unidos y la Unión Europea— dirigirá la transición política y humanitaria. El objetivo: reconstruir Gaza desde el punto de vista humano, educativo y civil, no como una plataforma de revancha.
“Si esa comisión logra orientar a la población hacia la reconstrucción social y no hacia la destrucción del otro, hay posibilidades de romper el ciclo histórico. Si no, volveremos a la rueda de la guerra”, advierte Schvartz.
Irán: el gran perdedor invisible
Uno de los factores que permitió el avance del acuerdo fue el debilitamiento del eje iraní en Medio Oriente. Según Schvartz, “Irán perdió su principal capacidad de sostener a Hamás”.
“El cinturón de fuego chiita que rodeaba a Israel se desmoronó. Las milicias que operaban al servicio de Teherán —desde Hezbolá hasta los hutíes— están fragmentadas o replegadas. Sin ese soporte, Hamás tuvo que aceptar la negociación”, explica.
Este nuevo mapa regional, añade, redefine el equilibrio de poder. “El Hamás de octubre de 2025 puede mantener su ideología, pero ya no vive en el mismo Medio Oriente del 2023. Hay una constelación diferente, menos tolerante con el extremismo”.
La presión sobre Israel
La guerra había aislado a Israel. Las críticas internacionales, los boicots diplomáticos y la ruptura con parte del bloque europeo habían erosionado su imagen. “Israel necesitaba terminar la guerra para reencontrarse con el mundo —dice Schvartz—. Trump lo entendió antes que nadie”.
El historiador reconoce que el expresidente estadounidense supo ejercer una presión calculada sobre Benjamin Netanyahu, combinando respaldo político y ultimátum estratégico.
“Trump tocó una fibra sensible en la sociedad israelí: la necesidad de volver al concierto de las naciones. Israel no puede vivir en el aislamiento, no puede convertirse en una Esparta moderna; depende del mundo y el mundo depende de él”, explica.
El acuerdo, en ese sentido, abre una vía de reintegración internacional para Israel. La normalización con Arabia Saudita, Marruecos y Egipto, así como el restablecimiento de relaciones con varios países europeos, son parte del paquete político que acompaña la paz.
La sanación pendiente
La paz, sin embargo, no significa olvido. En Israel, el trauma del 7 de octubre de 2023 sigue abierto. Las imágenes del ataque de Hamás, las pérdidas humanas y los meses de incertidumbre dejaron una huella profunda.
“Hay una posibilidad de sanación, pero pasa primero por el retorno de los rehenes y luego por una investigación nacional —dice Schvartz—. La sociedad israelí exige una comisión que esclarezca qué falló aquel día, tanto en el plano militar como en el político”.
El proceso será largo. “Miles de soldados sufren traumas severos. Hay familias enteras devastadas. No se puede hablar de post-trauma porque el trauma todavía continúa. La paz es solo el primer paso hacia la recuperación mental y moral del país”.
La mediación de Trump: pragmatismo y presión
Schvartz lo resume sin rodeos: “Sin Donald Trump, este acuerdo no habría sido posible.”
Aunque muchos de los 21 puntos del tratado ya estaban sobre la mesa desde 2024, durante la administración Biden, “faltaba alguien con la capacidad de presionar a las partes y de articular un frente internacional dispuesto a comprometerse realmente”.
Trump lo hizo a su manera: contactó personalmente a los líderes árabes y musulmanes, garantizó respaldo económico para la reconstrucción de Gaza y ofreció incentivos comerciales a los países europeos que se sumaran al acuerdo.
“El resultado fue un frente amplio y heterogéneo, dispuesto no solo a apoyar retóricamente, sino a comprometerse materialmente en el fin de la guerra y la reconstrucción”, dice Schvartz.
Lo que diferencia a Trump, agrega, “es su visión transaccional de la diplomacia”. No busca ideales abstractos, sino intercambios concretos. “Ese estilo, tan criticado, es precisamente lo que hacía falta: presión simultánea, incentivos y promesas creíbles”.
El papel de Israel en la reconstrucción
El acuerdo establece que Israel participará en la reconstrucción de Gaza, al menos durante la primera etapa. “No hay forma de que no lo haga —aclara Schvartz—. Muchas infraestructuras civiles de la Franja están interconectadas con Israel: agua, electricidad, rutas, comercio.”
A medio plazo, el objetivo es reducir la dependencia palestina y promover una economía autónoma. “El plan de paz apunta a que Israel tenga la menor presencia posible en el terreno, para evitar fricciones y mostrar que puede haber un futuro sin ocupación”, explica.
Ese gesto tiene un valor simbólico enorme: mostrar que la seguridad de Israel no está reñida con la independencia palestina, sino que puede coexistir con ella.
Las generaciones del conflicto
El historiador también reflexiona sobre la mutación del discurso global en torno a Israel y Palestina.
“El mundo de hoy se guía por información distorsionada y emociones instantáneas —dice—. Las redes sociales han reemplazado el pensamiento político por la reacción emocional.”
A su juicio, la causa palestina ha sido “utilizada por movimientos políticos que la adoptan como bandera sin conocer el conflicto”.
“Muchos jóvenes gritan ‘Palestina libre del río al mar’ sin saber qué río ni qué mar. No entienden los datos básicos del conflicto. Es un fenómeno de superficialidad global.”
Este nuevo contexto —donde la ideología cede terreno a la emoción y la desinformación—, explica Schvartz, dificulta el diálogo real. “Las consignas movilizan, pero no resuelven. Ninguna manifestación ha alimentado a un palestino ni liberado a un rehén.”
Por eso insiste en la necesidad de espacios de análisis y educación. “El conocimiento sigue siendo el único camino hacia soluciones duraderas. La diplomacia, aunque sucia y lenta, es lo que salva vidas.”
Una paz frágil, pero posible
El acuerdo no resuelve todas las tensiones. Jerusalén Este, los asentamientos y la cuestión del retorno palestino quedan fuera del texto, pospuestos a futuras negociaciones. Pero por primera vez en décadas, existe una hoja de ruta con respaldo amplio y garantías de cumplimiento.
Para Schvartz, “la clave será el seguimiento internacional y la continuidad política”. Cualquier cambio de liderazgo en Israel o en Estados Unidos podría poner el acuerdo en riesgo. “La historia de Medio Oriente está llena de tratados que murieron antes de implementarse. Pero este tiene algo distinto: un consenso regional inédito.”
El historiador se muestra cauto pero optimista. “El fin de la guerra no significa el fin del conflicto, pero sí una oportunidad de transformación. El Medio Oriente de 2025 ya no es el de 2023, y eso, en sí mismo, es un avance.”
Epílogo: entre la memoria y la reconstrucción
La guerra entre Israel y Hamás marcó una generación. Su final, aunque frágil, simboliza un cambio de época. “Es una oportunidad para sanar las heridas y construir una nueva narrativa —dice Schvartz—. Pero para lograrlo, ambas sociedades deben aprender a mirar hacia adelante sin borrar el pasado.”
Esa es quizás la paradoja más profunda del acuerdo: una paz nacida del cansancio, pero sostenida por la esperanza.
Donald Trump, con su estilo impredecible, consiguió reunir a enemigos irreconciliables y transformar la fatiga en oportunidad.
Israel, mientras tanto, comienza a mirar de nuevo hacia el mundo con un equilibrio renovado entre seguridad y humanidad.
La reconstrucción de Gaza será lenta, dolorosa, pero también inevitable. Si el acuerdo se cumple, el 7 de octubre de 2023 quedará como una fecha de duelo y no de destino.
Y entonces, como dice Schvartz, “quizás podamos hablar, por fin, del comienzo de la paz.”