El exvicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney murió a los 84 años, dejando atrás una de las trayectorias más poderosas, polémicas y oscuras en la historia política contemporánea.
Figura clave del gobierno de George W. Bush, Cheney no solo moldeó la respuesta de Estados Unidos al 11 de septiembre, sino que fue el principal arquitecto de las políticas que justificaron la tortura, el espionaje masivo y la invasión de Irak bajo el pretexto de armas de destrucción masiva que nunca existieron.
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El poder detrás del poder
Cheney, nacido en Nebraska en 1941, fue un político republicano que entendió el poder como pocos. Desde su papel como jefe de Gabinete con Gerald Ford, pasando por su gestión como secretario de Defensa bajo George H. W. Bush, hasta convertirse en el vicepresidente más influyente de la historia moderna, Cheney manejó la política con una mezcla de discreción y dureza que lo volvió temido incluso dentro de su propio partido.
Durante la administración Bush (2001-2009), transformó la Oficina del Vicepresidente en un centro de control político, operando desde las sombras decisiones que cambiaron el orden global.
Las políticas que él impulsó consolidaron la figura de Estados Unidos como potencia hegemónica, pero también como símbolo de abuso de poder.
Arquitecto de la guerra de Irak
Tras los atentados del 11-S, Cheney fue uno de los principales promotores de la “guerra preventiva”, una doctrina que permitía atacar naciones antes de que representaran una amenaza directa. Desde su oficina, coordinó junto con Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz el plan que derivó en la invasión a Irak en 2003, bajo el argumento falso de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva.
El conflicto dejó cientos de miles de muertos, desestabilizó Medio Oriente y marcó el inicio de una crisis de credibilidad para Washington.
Décadas después, documentos desclasificados confirmarían que Cheney conocía los riesgos y la falta de pruebas, pero optó por impulsar la guerra para asegurar los intereses estratégicos y energéticos de Estados Unidos.
Tortura y espionaje: el legado oscuro
Bajo su influencia, la CIA implementó los llamados “métodos de interrogatorio mejorados”, un eufemismo para prácticas de tortura aplicadas en centros secretos como Abu Ghraib y Guantánamo. Cheney fue también un defensor abierto del espionaje interno, justificando la vigilancia masiva de ciudadanos estadounidenses y extranjeros como una “herramienta esencial para la seguridad nacional”.
Años después, exfuncionarios del propio gobierno Bush admitirían que las políticas de Cheney pusieron en jaque el Estado de derecho y normalizaron violaciones a los derechos humanos en nombre del antiterrorismo.
Un corazón de hierro literal y político
Cheney sobrevivió a cinco infartos y se sometió a un trasplante de corazón en 2012, un hecho que se convirtió en metáfora de su carácter: un político de hierro que nunca pidió disculpas. Hasta sus últimos años se mantuvo firme en la idea de que sus decisiones salvaron vidas y fortalecieron a Estados Unidos, a pesar de las consecuencias globales.
Su fallecimiento —por complicaciones de neumonía y problemas cardiovasculares— fue confirmado por su familia, que destacó su “compromiso con el servicio público”, mientras el mundo recuerda su papel como el hombre que movió los hilos más oscuros del poder estadounidense.
De héroe a villano
Para sus aliados, Cheney fue un patriota que protegió al país en tiempos de caos. Para sus críticos, el símbolo de una era de cinismo político y abuso institucional. Su influencia llegó tan lejos que inspiró libros, documentales y la película Vice (2018), que lo retrató como un genio calculador capaz de rediseñar la estructura del poder ejecutivo.

