Opinión

Guerra de stickers

Para leer con: “Everything is Awesome”, de Tera and Sara, The Lonely Island

He sido engañado. Todo se remonta a la escuela y a sus clases de Teoría de la comunicación en las que se establecía con aparente claridad un flujo: emisor – mensaje -ruido – receptor.

Casi tan simple como la obtención de una hipotenusa, el mentor en turno dedicaba todo su esfuerzo para que una veintena de adolescentes comprendiera la importancia de minimizar el ruido en esta progresión.

Pero hay oráculos como el de WhatsApp que se han encargado de propagar el mensaje contrario: el ruido es el mensaje. Valoramos el ruido más que el propio objetivo del emisor, quien termina hipnotizado por tal alteración.

El caso del correo electrónico puede ilustrarlo porque el pobre parece estar viviendo horas extras en el mismo hospital donde se encuentran los SMS. Nos comunicamos sin que la ortografía, la sintaxis ni el estilo puedan hacer algo contra la nueva reina del juego: inmediatez.

Ese correo en el que el esfuerzo atesoraba un intercambio epistolar digno entre las personas y representaba algo significativo, incluso algo para guardarse en un álbum, es cambiado por un “q onda we”.

¿Cómo ganar una guerra de stickers?

Tan interesante resultó el encuentro México vs El Salvador, que más de 25 minutos fueron dedicados en su totalidad a intentar enviar el mejor sticker en Whatsapp con mi hermano. Como en todo, es imposible mantener un buen nivel después de unas 15 rondas: salieron los perritos, las llamas y también los bebés.

Quién sabe a quién se le ocurrió malrecortar una imagen, darle un formato casero y hasta mal encuadrado con toda intención y usar la tipografía más altisonante. No importa: dan risa y logran transmitir respuestas graciosas por encima que un emoji.

Esta evolución del emoticon no es otra más que un meme adaptado a la mensajería que tiene como ingredientes: el humor, la referencia y un metadiscurso que solo exigen del usuario, saber elegir el momento idóneo para lanzarlos. Solo eso.

Es indigno desperdiciar un sticker (especialmente si es bueno) si el contexto no se presta: como sucede con la cadencia al contar un chiste o bailar. Tampoco es buena idea enviar más de un sticker a menos que pertenezcan a la selecta colección seriada en la que la gracia se divide en dos.

La idea del sticker es que responda toda ocasión. ¿Para qué ser obvio y decirlo con palabras, si puedes lucir tu ingenio con stickers (como en los semáforos y las bardes de la calle)?

Pero hay algo que molesta de los stickers: como con cualquier novedad, el abuso cansa. Lo mismo pasa con la falta de ingenio o la reiteración de un repertorio (tías y abuelas están exentas y hasta premiadas por subirse).

Asociar una estampita digital a un momento cotidiano le aporta gracia y volumen. Tal vez no como sucedía con una carta, aunque esta fuera electrónica, pero aceptar los recursos no significa que no sean revisados con atención.

¿Para qué guardar las formas? ¿Qué sentido tiene escribir bien? ¿Por qué molestarse en ser elocuente? Celebremos la inmediatez con un sticker, en lo que surge una mecánica más breve, más simple, más rápida.

Una que se parezca más al ruido.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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