Para leer con: “Battle Without Honor or Humanity”, de Tomoyasu Hotei
Es un mundo extraño. Tratamos de entenderlo con ojos que poco tienen que ver con la realidad y en la desesperación que queda en ese contraste, cometemos el acto que menos aporta soluciones: nos dividimos.
Alexander von Humboldt pensaba que la raíz de las desavenciencias en México se debía a la desigualdad. Llevándo esta tesis a la oficina, a la reunión de cumpleaños o al transporte público, parece más fácil caracterizar nuestra sociedad a partir de sus contrastes que con sus aveniencias.
Si una dinámica se está volviendo frecuente y hasta normal —desde la institución más alta de la Administración Pública— es la del señalamiento divisorio, seguido del insulto fácil como instrumento misterioso. Tal vez se busque popularidad y empatía. Probablemente no se sepa bien hacia dónde conduce una conducta reiterada que desde la raíz divide.
Fracturar la sociedad y confrontarla solo puede borrar la frontera de la violencia en la dinámica de cualquier debate que se preste como diálogo. Por eso llaman la atención cinco situaciones:
- 1 Sumar más de 450 mil muertes (solo con cifras oficiales) en una pandemia en la que el propio responsable de evitar fallecimientos estableció que 60 mil decesos sería algo “catastrófico”
- 2 Ondear la bandera anticorrupción como eje de campaña y de gobierno, sin haberse inmutado por la existencia de dinero sospechoso entregado a su familia
- 3 Militarizar al país sin realmente estar siendo efectivo para frenar y acabar con la violencia
- 4 Protagonizar una crisis económica en escalada mientras se asegura que la situación es benigna y que las cosas se están haciendo correctamente. Y al final del día, no hay verdad más tangible que la de los precios diarios al consumidor
- 5 Transitar por vericuetos y rutas poco claras con las que se pretende cruzar fronteras establecidas por el propio sistema democrático, como la Constitución
Se puede estar de acuerdo o no con una filiación política, pero enfrentar al pueblo consigo mismo mientras se libra una sutil justa por acumular poder, es inaceptable.
La pugna entre células que deberían conformar un tejido social no puede ser justificada más que por intereses contrarios a su naturaleza: individuales o sesgados por la ambición unilateral. Y eso es lo que estaciona históricamente a una sociedad, como von Humboldt señalaba hace 200 años.
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La cancelación de un aeropuerto que salió más cara que haber concluido y limpiado el que ya estaba empezado; el circo de la venta y rifa del avión; el empecinamiento en priorizar obras no estratégicas como la del Tren Maya; usar personajes como Lozoya o Rosario Robles para abrir o cerrar causas políticas unilaterales sin importar la muestra de un trato diferenciado de la justicia.
Ignorar una de las banderas más tajantes durante su campaña y la más obvia en una lucha anticorrupción, como la que se dice estar librando: Peña; encarar a instituciones como la UNAM, el CIDE, el INE y a organizaciones no gubernamentales con dichos fáciles y sin pruebas ni acusaciones formales; cobijar y proteger a personajes indefendibles como Bartlett o Salgado Macedonio en un país que parece olvidar su historia.
Privilegiar obras millonarias con base en su gusto personal, como estadios de béisbol, mientras escasean medicamentos; insistir en el gasto de una consulta para la revocación de mandato cuando —en realidad— nadie la está solicitando y varios eventos más en el relato diario del país, como haber dejado a una importante parte del país sin gasolina al inicio del sexenio, denotan la evidencia de decisiones emocionales e incuestionables, que poco suman para beneficiar a los ciudadanos pero que se olvidan con el paso de las semanas y terminan, paradójicamente, enfrentándolos.
Hoy tenemos una realidad que fracturamos sin repararla (y sin reparar en ello): ¿será que buscamos en la polarización un sentido de pertenencia que en el fondo traiciona el soporte estructural que nos hace tener claridad y solidez para dirigirnos a un mismo lugar?