No hacer demasiados propósitos es una forma de enfocarnos en aquello que es importante llevar a cabo cuando inicia un nuevo ciclo. Sé que tendemos a comprometernos con metas de corto, mediano y largo plazo, pero creo que podemos verlas de otra manera.
Darle sentido a la existencia es indispensable para vivir con plenitud y bajo principios que ayuden a que todo a nuestro alrededor sea mejor; lleva tiempo y no es sencillo, pero de eso trata esta travesía. El reconocido neurólogo Viktor Frankl dijo que las fuerzas que no controlamos pueden quitarnos todo, menos la libertad de elegir cómo respondemos a cada situación.
Una forma de encontrar ese sentido es ir quitándonos aquello que no nos sirve para crecer o desarrollar una buena relación con los demás, ya sea en lo individual o en lo social. Los malos hábitos, los sentimientos negativos, las falsas expectativas, los remordimientos y el rencor, siempre pueden ser candidatos al desecho.
Liberarnos de lo que nos impide concentrarnos en nuestras fortalezas es un acto de madurez y de renovación, porque hacerlo representa reconocer que lo que cargábamos no nos hacía bien y era un error continuar soportándolo. Cualquier persona que lo haya experimentado sabe que el resultado es una nueva personalidad, felizmente más sabia.
Si observamos con un poco de cuidado nuestros comportamientos, veremos que esos lastres nos acompañan en cada entorno y salen del hogar para desdoblarse en las calles. ¿Cuántos propósitos hemos dejado de cumplir en cada ciclo y cuántos malos comportamientos hemos mantenido durante años?
Abandonar el lastre en el momento adecuado permite que todo se eleve, hasta nosotros mismos. Por eso los peores momentos no vienen de enfrentar obstáculos o de padecer tristezas, sino del peso que arrastramos internamente al estar donde no queremos, hacer lo que no nos gusta o vivir sin una dirección correcta.
Durante los últimos días he escuchado y leído muchos propósitos que parecen acumular más presión a la vida cotidiana que hacerla más sencilla, como si saturarnos de pendientes por resolver ayudara a que fuéramos mejores personas y ciudadanos.
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Un objetivo que no tiene un plan solo es un deseo, escribió Antoine de Saint-Exupéry. Recordarlo es útil porque aplica para todos los aspectos de nuestra existencia. Si queremos algo en verdad, hay un camino que recorrer, retos que superar, caídas de las que debemos levantarnos y una buena dosis de fe. Nada que no hagamos a diario cuando salimos a trabajar, a traer el sustento de la familia, a estudiar o a las tareas que sabemos nos ayudarán a progresar, solo que ahora podemos realizarlo con la mente puesta en ello.
Podríamos decir lo mismo al momento de tratar nuestro desempeño ciudadano. Cumplir propósitos comunes demanda diálogo, acuerdos, participación y mucha colaboración. Es voluntad permanente y compromiso con cada integrante de la comunidad o de las comunidades a las que pertenecemos.
Si nos parece difícil empezar, lo que sería muy normal, soltemos lastre y dejemos nada más lo que apoya el plan trazado para obtener lo que deseamos, siempre y cuando esté basado en el bienestar general. Nadie que piense en sí mismo logra la satisfacción plena, porque somos una especie que necesita de la convivencia y de la armonía que se desarrolla al momento en que todos vamos hacia el mismo lado.
Sugiero que hagamos una lista adicional a la de los propósitos y escribamos los comportamientos y las actitudes que vamos a dejar a un lado, las que no nos sirven, las que pesan para que, personal y colectivamente, podamos llegar a ser lo que deseamos.