No quiero hacer de esta columna un desahogo personal, pero a partir de esta anécdota estoy segura que relataré el martirio que es para mucha gente usar la póliza de seguros por la que se ha pagado años.
Únicamente 8% de las familias mexicanas cuentan con un seguro de gastos médicos mayores. Luis de la Calle y Luis Rubio señalan en su libro Clasemedieros que contar con un seguro de este tipo es una característica de las clases medias; al saber que una enfermedad puede representar un gasto catastrófico que podría regresarlos a una situación más precaria, al momento de contar con ingresos adicionales este sector de la población intenta, a través de la adquisición de seguros, administrar mejor sus riesgos.
Pagar los seguros de gastos médicos mayores representa un enorme esfuerzo monetario para muchos hogares, para las clases medias es un egreso importante. Pero es de esas cosas que hay que tener y hay que encomendarse a todos los santos para nunca tener que usarlo. No solo porque usarlo significa desde luego la existencia de una enfermedad, sino también por el proceso que se desencadena con los agentes de seguros, la aseguradora y los propios médicos. Ese proceso merecería su propio círculo del infierno en las narrativas dantescas. Uno se vuelve automáticamente rehén no solo de la enfermedad, sino de todos los involucrados en la operación del seguro.
Hace 18 años convencí a mis padres de comprar uno de estos seguros de gastos médicos mayores. Era la época en mi trayectoria laboral en la que pasé por una aseguradora y convencida de la importancia de administrar riesgos financieros logré convencerlos de comprar una póliza.
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