Estamos a punto de cumplir dos años de que nuestras vidas han sido completamente trastocadas por la pandemia del COVID19. Indudablemente se trata de una coyuntura inédita en la gran mayoría de los seres que habitamos este planeta. Sobre la marcha hemos tenido que hacer diversas modificaciones para adaptarnos y también para proteger nuestras vidas y las vidas de todas esas personas con las que a diario convivíamos y que a nos resultan sumamente importantes.
Y, al mismo tiempo, también se han venido, como en cascada, un sinfín de situaciones que a diario nos han puesto a prueba. A veces, a la medida de las posibilidades de cada uno de nosotros, hemos hecho acopio de todas las herramientas emocionales de las que disponemos y, también, bajo la dinámica de la prueba-error hemos ido diseñando y definiendo nuevas estrategias para mantener a salvo de nuesta sanidad mental.
Sin embargo, también han sido momentos de lidiar con la frustración, que no es más que un cúmulo de sentimientos que nos invaden cuando hacen acto de presencia la cólera, la tristeza y la ansiedad. Por distintas de razones, casi todos nos hemos visto expuestos a la decepción derivada de cuando las expectativas, los sueños, las ilusiones o la esperanzas no se ven cumplimentadas. En pocas palabras, cuando no obtenemos lo que esperamos es cuando llega la frustración.
Pero bien… ¿qué nos puede causar frustración en estos momentos? Ciertamente los ejemplos son infinitos: La pérdida del empleo; enterarnos de que algún familiar o amigo muy cercano se ha enfermado y nos vemos imposibilitados para acudir en su ayuda; la acumulación de las deudas porque los ingresos han disminuido; las alzas en los precios de los artículos de primera necesidad y un kilométrico etcétera.
La verdad es que todo aquello que ha venido aparejado con la pandemia nos provoca frustración, pero también tenemos que entender que cuando pretendemos controlar hasta el más mínimo aspecto de nuestras vidas y no lo logramos eso nos va a generar frustración, y los síntomas de ésta son claramente identificables: Ansiedad, tristeza, nerviosismo, miedo y depresión.
De acuerdo, todos tenemos miedo al fracaso y cuando nos frustramos nos sentimos sumamente decepcionados, desilusionados, tristes, molestos, enojados y angustiados. Y a nivel orgánico y psicológico, todo eso nos va a impactar negativamente.
Por eso, en momentos como éste particularmente tenemos de preocuparnos y ocuparnos por nuestra salud, pero también no perder de vista que nuestra vida está poblada de objetivos de distinta magnitud que requieren de nuestro trabajo, concentración y compromiso totales. Así que por mucho que nos sintamos frustrados y con ganas de abandonar nuestras metas debemos de buscar a toda costa de vivir dentro de los márgenes del balance.
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Asimismo, también es importante que logremos entender que la frustración puede modificar y delimitar nuestra cotidianeidad y nuestra conducta, ya que la ausencia del objeto necesario para la satisfacción impacta profundamente en el comportamiento que motiva la falta de éste.
Por lo tanto, debemos ser capaces de afrontar los problemas y las limitaciones que a diario se nos atraviesan en la vida, aceptando que las molestias y las incomodidades también forma parte del esquema de obstáculos que los seres humanos afrontamos en todas las etapas de nuestra vida. Hay que mantener una actitud positiva, trabajar en nuestras emociones y no permitir que los factores externos impidan nuestro desarrollo personal, social, profesional y humano.
Así que no olvidemos que al aparecer la frustración ésta vendrá acompañada de su primo-hermano el conflicto y éstos siempre van a buscar a toda costa de interferir entre nuestra motivación y la meta que nos hemos trazado.
Todo requiere de un poco de chamba individual, así que no renunciemos a hacer lo que nos corresponde.
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