En estos momentos un buen ejercicio cívico sería dialogar sobre las condiciones mínimas, esas que buscamos la mayoría, para vivir tranquilos y en paz. Hablar sobre esos denominadores comunes podría ayudarnos a enfocarnos en una misma dirección y a proceder como una sola sociedad.
¿Qué nos une? Es la pregunta que debemos responder siempre y podemos coincidir en que se trata de mucho más de lo que nos dividiría. No se trata de omitir temas para no discutir, sino de ampliar la conversación ciudadana hacia aquello que nos vincula.
Estoy seguro de que nos daremos cuenta de que perseguimos los mismos fines y que, salvo matices respetables y puntos de vista válidos, nuestra atención está concentrada en lleva una calidad de vida que permee hacia las personas que nos importan y que la convivencia con ellas y con otros sea armónica y respetuosa.
Tolerar, lo he compartido antes, no significa aguantar a los demás, sino abrirnos a ideas y concepciones que no necesariamente empatan con las nuestras. Es darnos la oportunidad de entender que la realidad se puede apreciar de muchas maneras, aunque las acciones a favor del bien común son unas y no hay demasiada interpretación al respecto.
Si podemos tratar esos temas básicos y desarrollar soluciones para atender los obstáculos que nos impiden vivir mejor, entonces nuestras discrepancias se diluyen y terminan en un segundo plano. Será difícil estar de acuerdo en todo, pero sí lo podemos hacer en lo más indispensable, entonces el ruido al que estamos expuestos diariamente se moderará para dar paso a un intercambio de ideas que nos enriquezca y, sobre todo, nos haga colaborar.
Cada comunidad puede llegar a un conjunto de asuntos básicos a los que debe darle atención y seguramente serán distintos a los de otros grupos; sin embargo, los que se comparten tienen muchas posibilidades de ser los mismos casi siempre.
Algunos ejemplos sirven para iniciar este diálogo y comenzar a construir acuerdos: un sistema de salud universal, infraestructura pública en buen estado, educación pública y privada de calidad, servicios adecuados, trabajo digno y espacios comunes en los que podamos estar seguros y juntos. Casi nadie, espero, estaría en contra.
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Hagamos la prueba y empecemos a hablar en familia y con los cercanos sobre nuestros básicos, esos que permiten el desarrollo de nuestras familias y lo vamos ampliando a las comunidades en las que nos desenvolvemos. Eso es lo que forma a una sociedad inteligente e involucrada. Creo que nosotros somos una de ellas.
Lo que podría faltarnos es precisamente esa comunicación directa, que también puede darse ahora de manera virtual, para encontrar nuestras coincidencias y los puntos en los que todos podemos concluir que necesitamos para estar bien.
De ahí podemos diseñar la ruta a seguir y los diferentes pasos que nos llevan a cumplir con esos objetivos sociales. Una de nuestras fortalezas es la importancia que le damos a la familia y a los amigos como redes de apoyo en todos los momentos de la vida. Esa virtud nos distingue y nos ayuda para que ampliemos las condiciones de bienestar que merecemos.
Es una idea de sociedad, no de grupos, que esté compartiendo los beneficios que logra porque es la base para que otras generaciones mantengan comportamientos que se hagan hábitos sociales y terminen siendo políticas públicas reforzadas por las y los ciudadanos y enmarcadas en leyes y normas coherentes que puedan llevarse a la vida cotidiana.
Empieza por saber cuáles son nuestros básicos y los de los demás. Veremos que son muy parecidos y que en conjunto podemos obtenerlos con mayor facilidad de la que creemos. Hagamos el experimento.