“No es que estemos en contra del tren (Maya), sino que estamos aterrados y preocupados por lo que están haciendo, no es posible que hayan emprendido esta obra sin manifestación de impacto ambiental como lo marca la ley, sin estudios de geofísica, sin escuchar a los científicos, apurados por los tiempos electorales y bajo presión de los hoteleros”.
“Necesitamos replantear el proyecto respetando el triángulo de la sustentabilidad: naturaleza, sociedad y economía, en ese orden. Con criterios más saludables para todos, de modo que todos tengamos un mundo mejor”, considera el el biólogo y espeleólogo Roberto Rojo.
En entrevista con El Ecomista, Rojo sostiene que pesar de la evidencia científica desde distintos ángulos y especialidades que han sido presentados sobre el impacto que tendrá y está teniendo la construcción del Tren Maya, particularmente en Quintana Roo, hay un “ecocidio” que se está perpetrando.
Cifras del INEGI (2014) citadas por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), las selvas húmedas del sureste mexicano han perdido 49% de su territorio, y en lo que aún se conserva, hay un deterioro del 66%, todo ello producto del crecimiento de la mancha urbana, incendios forestales, tala inmoderada, y el aprovechamiento irracional para construir instalaciones turísticas.
Greenpeace México señala que hay una “opacidad” en la conducción de las autoridades a cargo del Tren Maya, debido a la “ausencia de información sobre los impactos ambientales, económicos y sociales” que dicha obra acarreará para la población, particularmente, para las comunidades mayas, hecho que debería ser preocupante.
Un informe técnico realizado por la Cámara de Diputados en 2019 sobre el Tren Maya, destaca que no hay información suficiente para establecer el grado del daño medioambiental que habrá, aun cuando se sabe que entre las afectaciones esta la pérdida de vegetación por el desmonte y el despalme; y la pérdida de productividad del suelo a causa, entre otras cosas, de la compactación que genera el tránsito de maquinaria durante la construcción y de las vibraciones que se producen con el tránsito de trenes.
“Al constituir una división artificial, como lo es la vía del tren, podrían interrumpirse los corredores biológicos naturales de especies que transitan en los diversos tramos de la ruta. Surgimiento de asentamientos regulares e irregulares poblacionales. Afectación a la fauna y vegetación de las áreas naturales protegidas donde pasará la ruta del tren”, dice el informe.
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No podemos hacer oídos sordos al reclamo de los ambientalistas, científicos, biólogos, ecologistas, porque son ellos los que conocen los ecosistemas. No podemos ser indiferentes ante un ecocidio sin pudor, la selva nos necesita.
Los científicos y expertos que han alzado la voz no son enemigos ni traidores. Más vale escuchar sus preocupaciones y propuestas.
De continuar la construcción del tren sin estudios ambientales nos llevará a decir: “aquí hubo alguna vez una selva rodeada de cenotes y con una variedad inmensa de flora y fauna”.