El 10 de abril pasado, en Francia se acudió a las urnas para elegir a la persona que ocupará la Presidencia durante los siguientes cinco años. El próximo 24 de abril se enfrentarán en segunda vuelta Emmanuel Macron, actual mandatario, y Marine Le Pen, candidata de derecha, luego de que ninguno alcanzó más del 50% de los votos emitidos en la primera vuelta, con el 27.8% de estos, equivalente a nueve millones 784 mil 985 sufragios y el 23.1%, correspondiente a ocho millones 135 mil 456 sufragios, respectivamente.
En tercer lugar, muy cercano a Le Pen, pero fuera de la segunda vuelta, se posicionó el candidato de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon (con el 22% de la votación, equivalente a siete millones 714 mil 574 sufragios). Entre opuestos ideológicos, los resultados no podrían ser más interesantes de analizar.
Los votos emitidos indican que el 58% de la población optó por los extremos, tanto de izquierda como de derecha, por ello, los partidos moderados en ambos espectros políticos prácticamente no figuran. La ciudadanía francesa en general se encuentra dividida en política por los límites ideológicos.
Por tercera vez en 20 años, un candidato o candidata de extrema derecha logra llegar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en esa nación. En los últimos años, algunos países miembros de la Unión Europea han sido liderados por estos movimientos y cuestionado el orden liberal económico y social imperante en el bloque, incluso debatiendo la membresía de sus Estados a la organización.
Un gobierno de ese estilo en Francia tendría un impacto mayúsculo porque, por lo menos durante la administración Macron, el país ha intentado liderar un proyecto de empoderamiento del bloque. Le Pen plantea la necesidad de reformar las instituciones europeas, por ser “antidemocráticas”, y aunque trató de moderar su discurso, para sumar simpatizantes, es probable que, de ganar la elección, impulsará una campaña que cuestione el funcionamiento actual de la Unión.
La aparición en la escena política de Éric Zemmour, presentador de televisión afín a la extrema derecha y quien alcanzó el cuarto lugar en la reciente elección (con el 7.1%, equivalente a dos millones 485 mil 757 votos), indica que el movimiento es políticamente fructífero. Tanto este personaje como Le Pen se sirven de agitar el miedo a la inseguridad provocada —supuestamente— por la inmigración. Los ataques terroristas del 2015, entre otros lamentables episodios de violencia, continúan alimentando las posiciones más radicales en materia de seguridad.
Por otro lado, el 22% de la votación que logró conseguir Mélenchon es uno de los mejores resultados para la extrema izquierda en los últimos años y se ha quedado a tan sólo un punto porcentual de Le Pen. En general, la población más joven se pronunció en las urnas por este candidato, pero no fue suficiente para que permaneciera en la carrera.
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Es visible la fragmentación de las izquierdas francesas, porque existe una profunda desconfianza entre los diferentes movimientos, desde Mélenchon, pasando por los socialistas, comunistas, hasta los ecologistas. Es claro que hay diferencias reales entre los programas de los distintos partidos políticos. El principal elemento de discrepancia sería la posición de Mélenchon y su grupo sobre la membresía de Francia en la OTAN y la Unión Europea. Mientras que, en sus planes de trabajo, socialistas y ecologistas defienden el europeísmo.
Sin importar la ganadora o el ganador de la segunda vuelta en los comicios presidenciales franceses, entre sus tareas pendientes encontrará abordar las causas profundas de la división social, confirmadas por los resultados electorales recientes. Desde México nos mantendremos pendientes de tan interesante y relevante proceso.
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