Nuestra falta de confianza social en casi todo lo que es público alcanza niveles en donde podemos perder de vista qué es lo que funciona -y qué no- para ayudarnos a vivir mejor. Si nuestro enfoque está solo en detectar los errores, es poco probable que desarrollemos la misma capacidad para ver los aciertos, si es que existen. Del equilibrio que podamos lograr entre lo bueno y lo malo que nos rodea, depende la percepción y su coincidencia con la realidad.
Un proverbio chino dice que cuando bebas agua siempre recuerdes la fuente, porque permite ver que lo que nos sucede no es producto de la casualidad y eso lleva a agradecer las situaciones que nos benefician y a las personas que pueden estar involucradas en que resulten así.
No siempre somos ciudadanas y ciudadanos agradecidos, menos con las personas que tienen una función pública en el ámbito administrativo y, probablemente, casi nunca con quienes están dedicados a proporcionarnos seguridad pública. Mi experiencia es que la mayoría de las mujeres y hombres que decidieron desempeñar esa tarea son personas profesionales, honestas y de un alto compromiso social; una imagen que no coincide muchas veces con la que tienen aquellos que nos rodean.
Desde lo civil, nuestro papel es el de exigir, demandar, protestar, ante los incumplimientos o retrocesos que pueden generarse desde las instituciones que hemos diseñado para organizarnos y convivir. Es nuestro derecho y sin duda debemos ejercerlo; sin embargo, podemos quedarnos cortos si no hacemos propuestas y tomamos acciones para resolver los problemas cotidianos.
Una sociedad con propuestas es mucho más eficiente que una dedicada a las protestas. Quejarnos tiende a ser inútil si no va acompañado de medidas que pudieran adoptarse para corregir lo que está mal e identificar lo que mejora para estar en condiciones de distinguir la diferencia.
No establecer una conexión con las instituciones de seguridad evita que podamos generar la confianza suficiente para denunciar, proponer modificaciones normativas y lograr la paz y la tranquilidad que ansiamos.
Es importante que no confundamos el reconocimiento solo como el homenaje coyuntural de un hecho en específico, con la práctica cívica de darle su lugar a personas que dedican su vida a protegernos. Un principio de cualquier comunidad exitosa es dignificar los roles que se asumen para que la mayoría de sus integrantes puedan desarrollarse sin conflictos.
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Cuántas veces hemos perdido la oportunidad de agradecer a los integrantes de un organismo de seguridad por el servicio prestado, particularmente en casos de emergencia, y nos hemos comprometido a difundir esa labor para generar confianza desde la ciudadanía.
Cumplir con nuestras obligaciones nos permite solicitar servicios públicos y acciones administrativas que tengan a nuestras calles y colonias cada vez mejor; pero esa es solo una parte de asumirnos como ciudadanos activos, porque nos corresponde darle valor, en los hechos, a las y los policías, bomberos, militares y marinos que están cumpliendo con su deber.
El llamado es a reconocer a los buenos, que mucho nos hace falta, si es que también estamos convencidos de que nosotros estamos en este lado. Identificarnos con aquellos que están dedicados a protegernos, envía un mensaje de unidad a quienes están del lado de las conductas antisociales y de esa manera hacemos frente común en contra de los delitos y sentamos las bases para que otros aspectos de la seguridad como la denuncia y la prevención sean hábitos civiles que coincidan con la aplicación de las leyes que hemos diseñado y, en ocasiones, quedan en letra muerta porque no las apoyamos desde la ciudadanía.
No estaría nada mal que contribuyéramos como ciudadanos a reconocer el papel de las mujeres y hombres que, en su mayoría, cumplen diariamente con la tarea de brindarnos seguridad; dignificar la labor de quienes cuentan con la responsabilidad de lograr la paz y la tranquilidad que merecemos.