Poca atención se le ha prestado a la reciente encuesta sobre la aprobación del Presidente que publicó Reforma el pasado 8 de mayo. Resulta casi inverosímil concebir que, a pesar de no haber logrado la participación mínima necesaria en la consulta de revocación de mandato para que fuera vinculante, aún hay un 58% que opina que el Mandatario sigue fuerte después de 3 años en el gobierno.
Se recupera con una aprobación del 62%, a pesar de que la percepción de inseguridad pública es el principal problema de México en una opinión del 59% (crecimiento exponencial, comparando con abril de 2021 que se situó en 38%), ni que aumente la percepción de incremento del crimen organizado.
No les estorba que 7 de cada 10 ya se sientan afectados por la inflación y que la corrupción se mantenga como problemática, siendo que fue el combate a la misma fue el lema más reiterativo de sus 18 años de campaña, sin que a la fecha haya disminuido significativamente…
No les importa que el Presidente haya sido mejor diciendo que combatirá la corrupción que realmente combatiéndola.
Todo ello resulta inverosímil si se analizan sólo los datos duros, pero suena más coherente y complejo en un contexto social y político donde la mayor parte de los partidos de oposición no terminan de entender la narrativa dicotómica y, por el contrario, siguen siendo parte del problema que el Presidente creó, continúan echándose la soga al cuello reaccionando a sus provocaciones.
Con historia, tenacidad y un estratégico discurso emotivo es que aún el Presidente sigue siendo más valorado por su intenciones y sentimientos que por sus resultados.
Y es que la mayoría de los partidos opositores no sólo caen en su juego, sino que piensan que con una absurda numeralia de sumar y sumar alianzas se evitará que el legado de la 4T continúe este 2022. Para muestra un botón: la Alianza Va x México, que resultó un fracaso en las elecciones de 2021.
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Considerando que juntos podrían ganar, los dirigentes de la alianza no hicieron más que reforzar la idea negativa que tiene la ciudadanía de los integrantes. Los comentarios que avasallaron en los medios fue que los partidos al unirse eran “lo mismo”, que “no representaban un cambio” y “que eran los partidos corruptos de siempre”.
Los sondeos de la ciudadanía mencionaban desde noviembre de 2020 que un 54% no votaría por la alianza. Y los resultados hablan por sí mismos: de las 15 gubernaturas que se disputaron en 2021, 11 las ganó Morena y sólo 4 la oposición, de las cuales, no se ganó ninguna por parte de la alianza Va por México, toda vez que en Chihuahua la alianza entre el PAN fue únicamente con el PRD, en Querétaro contendió el PAN con Querétaro independiente, en Nuevo León y San Luis Potosí, respectivamente Movimiento Ciudadano y el Partido Verde Ecologista de México.
Alianzas acéfalas y sin estrategia ocasionaron que el electorado volviera a tomar una decisión derivada del hartazgo en 2021 y que volvieran a votar por Morena: una opción que se supo vender como algo distinto pero que en el fondo reúne mucho de la clase política tradicional mexicana.
Diferente a lo anterior fue la alianza Por México al Frente de 2018, donde PAN, PRD y MC compitieron en las elecciones federales de 2018, en un acuerdo ciudadano que fue más allá del proceso electoral y que se nutrió de grandes académicos, activistas e integrantes de la sociedad civil.
Permitiendo la victoria de 3 estados (Guanajuato, Puebla y Yucatán), de ocho estados que eligieron gobernador y la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Esta sí se trató de una alianza con ideología, valores, identidad y objetivos propios y no de una unión desdibujada sin resultados.
Hoy por hoy, el objetivo de MC es precisamente hacer una política mexicana diferente, una dinámica desprovista del ADN que tanto daño le ha hecho a México y que se sigue repitiendo con cada partido que asume el poder.