Ocultar la violencia sirve de muy poco en una época donde la comunicación es instantánea, lo mismo pasa con tratar de justificar cualquier agresión o explicarla como un asunto que, si no sucede cerca de nosotros, entonces no tiene demasiada importancia.
El reciente tiroteo en Uvalde, Texas, es un recordatorio de que el tema del uso de armas de fuego se está quedando rezagado frente a las agresiones continuas que ocurren en Estados Unidos, pero que pueden repetirse en cualquier otro país que no tomen en serio el desarme de sus ciudadanos, la prohibición para acceder a una y la reducción de su tráfico.
Del lado de la ciudadanía nos tocar educar a las niñas y a los niños para comprender que ningún arma sirve para dar seguridad y que, por el contrario, es una garantía para provocar tragedias y sufrimiento. Las causas de la violencia pueden advertirse desde la familia, primera red de apoyo que tenemos como sociedad, y con un diálogo permanente rechazar cualquier forma de agresión en el hogar y en nuestro entorno inmediato.
Si normalizamos el uso de un arma de fuego para resolver los problemas, entonces estamos validando que el enfrentamiento es una solución para imponernos cuando consideramos que no llegamos a un acuerdo con alguien más. No distinguir entre la ficción y la realidad de portar un arma, puede hacer que los más jóvenes consideren que está permitido quitarle la vida a un semejante si tenemos la oportunidad y el deseo, como apenas sucedió en otro tiroteo en Buffalo, donde el autor transmitió su crimen en vivo y se enfocó en personas de un color de piel diferente al suyo.
Hablar constantemente de las consecuencias que ha tenido la violencia en nuestro país y en el mundo es el inicio de la formación de ciudadanos pacíficos, que privilegien el diálogo en lugar de las agresiones y se den cuenta que el entretenimiento nada tiene que ver con las tragedias que ocurren por el uso de un arma de fuego.
La violencia nunca puede ser una opción y menos ahora que la desigualdad que padece el mundo entero afectó la forma en que consumimos, trabajamos, tenemos ingresos y nos relacionamos con otras personas. La pandemia solo reveló la debilidad de nuestros sistemas, el de salud y el económico, entre otros, pero las insuficiencias ya estaban ahí antes del virus.
Separar bien los mensajes que nos mandan acerca de la violencia de los actos de agresión que están a la puerta de nuestros hogares (o al interior) es una tarea de todos los responsables de crianza. Tomar acciones como reducir el tiempo de uso de videojuegos, generar confianza en las instituciones (con todos los inconvenientes que puedan tener) y fortalecer el tejido social que puede protegerlos en caso de emergencia o peligro, son obligaciones que les debemos a las niñas y los niños que nos rodean.
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Estoy seguro de que las mamás y los papás de las víctimas de Uvalde y de otros lugares donde han sucedido estas desgracias pensaban lo mismo mientras orientaban a sus hijos que ya no regresarán a casa porque el acceso a un arma de fuego es más sencillo que comprar una medicina en varios estados de nuestro vecino del norte.
Aquí en México cometeríamos un error en pensar que somos inmunes o que estamos en una situación distinta, ajena al peligro de un hecho de esa naturaleza. Nuestros vínculos familiares y, en consecuencia, sociales son fuertes todavía, pero hay que alimentarlos diariamente para que nadie tenga que optar -o se deje engañar- por la falsa narrativa del crimen organizado para reclutar a jóvenes que convierten en piezas desechables de sus actividades.
Dediquemos tiempo a formar personas que no crean que deben recurrir a la violencia para relacionarse con otros y rechacen cualquier forma de agresión como herramienta para imponer u obligar. Si logramos que, juntos, no haya oportunidad para ello, entonces le cerraremos el paso a la inseguridad y a quienes se benefician de hacer creer que debemos estar preparados para enfrentar a alguien más, por el simple hecho de no conocerlo o de que nosotros tenemos un incomprensible derecho de buscar que nuestro interés sea más importante que el interés de la comunidad.
Proteger a nuestras niñas y niños empieza con la educación para poner la paz y la tranquilidad antes de cualquier deseo o motivación. Es arraigar la idea de que somos más fuertes en lo colectivo y que el individualismo solo nos lleva a un callejón sin salida que provoca las peores tragedias.