El Presidente de la República nuevamente se está equivocando. Tiene una obsesión por agredir e intimidar a la oposición.
El tiempo que le dedica desde el micrófono presidencial a amenazar a las voces disidentes, debería dedicarlo a atender las demandas de los mexicanos. Estamos ante los índices de inflación más altos de los últimos veinte años en la historia de nuestro país. Y la inseguridad está desbordada, diariamente más de 80 mexicanos son asesinados.
Desde Palacio Nacional se utiliza de manera arbitraria una gran parte del gabinete presidencial para violentar, lastimar e intimidar a la oposición. Sin duda, si ese tiempo lo reservaran a resolver los grandes problemas de este país, probablemente la realidad de los mexicanos sería otra. Tendrían un sistema de salud eficiente, no habría asesinatos y el dinero alcanzaría en los hogares mexicanos.
Lo que está pasando desde el gobierno con esta agresión sistemática a la oposición es terrible, porque cada vez más, demuestra su rostro autoritario. El más claro ejemplo son las acciones contra el candidato a la Presidencia de la República, Ricardo Anaya, quien vive una persecución política. Acciones como esas, son lastimosas para la democracia.
Lo que el Presidente López Obrador debería hacer es entender que en este sistema nacional de partidos todos tienen derecho a disentir. Ya se le olvidó cuando él era oposición. Se le respetaba desde el gobierno. Incluso, cuando hubo la posibilidad de aquel desafuero, siendo Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, los propios panistas fueron a pagar la fianza para que no se le procesara.
La oposición tiene el derecho a alzar la voz, a ser una oposición fuerte, responsable, beligerante. Y lo que le toca al gobierno, es respetar a quienes difieren, no perseguirlos.
Nuestro marco normativo es claro: todas las personas, hasta que se demuestre lo contrario, cuentan con presunción de inocencia. Las investigaciones ministeriales no se hacen desde Palacio Nacional y eso, debería entenderlo el Presidente de la República.