Los animales de compañía se han vuelto una parte sustancial en la forma en que nos organizamos como sociedad. No solo demuestra un nuevo modelo de convivencia, sino la incorporación de otras especies a un contexto en donde podemos vivir unidos.
No solo se trata de evitar la soledad, sino de tener un rol social específico y activo que enriquece el día a día en muchos hogares, gracias a su presencia. Sin caer en exageraciones, que las hay, los animales de compañía tienen una valoración única en nuestra época y eso ayuda de muchas formas a mejorar nuestras condiciones de vida.
Por experiencias profesionales anteriores, una de las formas más directas para vincular a una comunidad es a través de sus animales de compañía, de su cuidado y de la denuncia sobre posibles maltratos o abandono.
Es sorprendente lo que podemos hacer en contra de otra especie que consideramos menor o más débil que nosotros; no es una regla que tenga fundamento científico (aunque algunos estudios sobre psicopatía muestran un patrón de inicio), pero quien es capaz de lastimar a un animal, es capaz de hacerlo con cualquier semejante.
Así que para construir rápidamente un tejido social fuerte y eficiente podemos concentrarnos en la atención a nuestros animales de compañía. Desde señalar su abandono, que ocurre con demasiada frecuencia cuando se piensa que son juguetes y no criaturas que necesitan cuidados; hasta su comercialización ilegal por puro entretenimiento.
Por eso hay un deber ciudadano asociado a hospedar un animal de compañía y hacerlo parte de nuestra vida: tenemos que velar por su bienestar. Eso incluye darle el trato correcto en cuanto a sus necesidades básicas de alimentación, salud y vivienda, al igual que de esparcimiento y ejercicio. La dignidad es una condición que debemos procurarle a todas las personas y extenderla a los animales que nos acompañan.
Una cultura cívica auténtica tiene que incorporar muchos comportamientos dirigidos a la protección de los animales de compañía, sin dar más ni menos garantías de las que ya gozamos y debemos defender entre nosotros, pero conscientes de que el maltrato no debe tolerarse para ninguna criatura ni especie.
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Un animal de compañía no es un trofeo, ni una fuente de diversión o de estatus económico, es un ser vivo que ahora tiene un sitio en nuestra comunidad que debe prevalecer por medio de políticas públicas, normas y hábitos civiles que las refuercen para que sean reglas obedecidas por la mayoría.
Fomentar desde la infancia el trato digno hacia los animales de compañía es una inversión social que siempre dejará buenos dividendos. Hace que una comunidad sea más tolerante, incluyente, respetuosa y pacífica.
Sin embargo, la tranquilidad que pueden crear los animales de compañía en un entorno no es automática, demanda mucho trabajo y responsabilidad ciudadana, porque si falta disposición para que existan condiciones de paz, entonces no hay especie que se salve de la violencia.
Si nuestras familias han cambiado y nuestra idea de compañía también, entonces debemos adecuar nuestras reglas sociales y nuestras obligaciones para con vecinos, cercanos o próximos, cuando se trata de animales de compañía, que no mascotas. La definición de nuestras comunidades podría depender de qué tan bien tratamos a otras especies, además de a nosotros mismos.