Norma Leticia Magaña Rodríguez
En mis tiempos universitarios, conseguí el trabajo de mis sueños: investigación documental. Leer, revisar libros y periódicos, hacer fichas; en breves y concisas notas redactar lo sobresaliente de lo recién investigado.
Recopilar información, citas destacables, datos, fechas, estadísticas, me introdujo, sin notarlo, en el mundo de las letras, de los vocablos bien escritos (me apasiona la ortografía), de los múltiples y diversos significados de las palabras.
Más tarde, al realizar análisis literarios de algunos textos, descubrí algo estimulante: la importancia de la narrativa, que suma contenido, expresa claro e invita a leer, leer, leer… Empezaba a llevar Agenda, se hizo un hábito que hoy, más que nunca, enriquece mis días. Años después, llegó a mis manos la convocatoria para estudiar Terapia Narrativa… nada es fortuito.
Para mí significó apreciar mi historia con una nueva mirada, descubrí el nacimiento de agencias y fortalezas que creía heredadas, como fruto de mi trabajo personal; pude apreciar aprendizajes derivados de experiencias familiares que he compartido con alegría, amor y aceptación con mis hermanos, primos y primas, generando una respuesta amorosa, y también, estímulos al trabajo personal de algunos. Sumé responsabilidad personal a raudales, y paz a mi diario vivir.
En el Taller no hacemos terapia de grupo, sin embargo, aporta, mueve, convoca, construye, confronta, libera, sana…
En días pasados concluyó el primer ciclo del Taller de Narrativa: gratísima sorpresa el resultado. Caritas que en principio llegaron con dudas sobre el trabajo a realizar, aportaron entusiasmo, compartieron historias, deconstruyeron conceptos, notaron las historias dominantes en sus vidas, confirmaron que los problemas son invitados non gratos, no protagonistas; que modificar la narrativa, no cambia la historia en sí, pero si la manera de percibirla, contarla, asumirla.
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Descubrieron que las palabras no son inocentes; somos nosotros, nuestro contexto y grupo social, lo que construye su significado. Entonces… al volver narrar su experiencia, notan historias dominantes, discursos de sus ancestros, etiquetas heredadas y asumidas, disonantes con su personalidad, visión, sentir, pensar.
Preguntarse, contestarse, cuestionarse, afirmar, negar, aceptar, depurar, va hilando una nueva forma de ver la historia; va tejiendo una nueva narrativa, acorde a la experiencia, al sentir actual de lo vivido.
En un ejercicio cada vez más profundo, descubre nuevas vetas, rescata agencias, valores, cualidades invisibles en su momento, que hoy invitan a descubrir el sentido de lo vivido: deconstruir la historia nos lleva al para qué… a la responsabilidad en la experiencia, al aprendizaje, a quién forma parte del problema, quién le acompaña, quiénes aportan una visión diferente, cuál es la perspectiva dominante, quiénes suman y quiénes restan a la experiencia, dónde me sitúo: protagonista, víctima, victimario…
Ahí nace una nueva narrativa, con el deseo de nutrir mi día a día, mi club de vida (quienes me rodean en diferentes ámbitos), que aporte a mi persona e historia, con un lenguaje personal vívido, luminoso, significativo, nutricio, a fin de construir un territorio preferido donde desenvolverme…
Escribir es más que una herramienta de trabajo personal, es fuente de poder personal, que transforma tu diario vivir, ¿te sumas?
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