El mundo tiende a enfocarse en la regionalización de los procesos productivos tras los efectos de la pandemia de Covid-19, y América del Norte no es la excepción. Las medidas para la contención de la propagación del virus llevaron al cierre de las fábricas y al encarecimiento del transporte de mercancías a nivel internacional, lo que ocasionó la interrupción en el suministro de insumos como los semiconductores, que son esenciales para la fabricación de teléfonos inteligentes, computadoras y vehículos, entre otros productos.
Ante una creciente demanda de estos insumos a nivel mundial, fue muy complicado para las empresas producir suficientes semiconductores, y esto provocó su escasez generalizada. Para reducir riesgos y costos, algunas empresas y Gobiernos se dieron a la tarea de encontrar la forma de regresar la producción a su país (reshoring) o a otro cercano (nearshoring), toda vez que la demanda de chips continúa en aumento.
Así, Estados Unidos se vio en la necesidad de enfocar sus prioridades económicas para reconfigurar la cadena de suministro, y con ello asegurar su acceso a semiconductores, de tal modo que pueda abastecer las necesidades de sectores tan relevantes para la economía como el automotriz. Sin embargo, es una tarea ardua, ya que sólo la región Asia-Pacífico posee más del 65 por ciento de la cuota de mercado global de semiconductores, mientras que el 100 por ciento de la capacidad de manufactura de chips más avanzada del mundo está concentrada en Taiwán y Corea del Sur.
La administración Biden busca expandir las capacidades de producción fuera de territorio asiático y acercarlas a países aliados, mediante el nearshoring. De ahí que para Estados Unidos es una ventaja competitiva tener cerca a México, dada su ubicación geográfica estratégica y la competitividad de su sector manufacturero. Esto puede ser un elemento clave en este esfuerzo por rebalancear la cadena de suministro de semiconductores y aumentar la capacidad de producción en América del Norte. Nuestra nación tiene experiencia en los eslabones de diseño y ensamblado, así como testeo (backend) de la cadena, lo que ofrece alternativas para la inversión en infraestructura y la formación de talento especializado para suplir la demanda de la industria.
Desde luego, esto representa también una oportunidad para México, puesto que las inversiones de las empresas en el sector de semiconductores tienden a ser cada vez mayores. Tan sólo la compañía estadounidense Intel, con importante presencia en Guadalajara, Jalisco, planeó invertir más de 28 mil millones de dólares durante el 2022, para aumentar su capacidad. Adicionalmente, anunció que construiría dos grandes fábricas en Ohio para 2025, con un costo total de 20 mil millones de dólares, y dos más en Arizona. Esas inversiones impactarán en nuestro país, tanto para la generación de nuevo talento como para el establecimiento de algunos de los procesos productivos.
Como complemento, la reciente Ley de Chips y Ciencia en Estados Unidos ofrecerá subsidios por 52 mil millones de dólares a empresas de la industria de semiconductores, para mejorar la cadena de suministro. Esta derrama económica repercutirá positivamente en la economía mexicana. El T-MEC servirá de marco para asegurar que las potenciales inversiones sean aprovechadas.
Mientras tanto, en México habremos de avanzar en una estrategia para desarrollar la industria nacional, mediante el diseño de un paquete de incentivos fiscales para atraer nuevas inversiones, incluso más allá de la zona fronteriza. Asimismo, para la formación y capacitación del talento específico que requerirá la participación del país en los distintos eslabones de la cadena de valor, así como el diseño de una política pública orientada a mejorar el entorno de innovación. La cercanía entre ambos países hará posible tomar las oportunidades que se ven en el horizonte.
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