Mucho se escucha hablar últimamente sobre las relaciones tóxicas. Y aunque es un término relativamente nuevo y muy Millenial, este tipo de relaciones han existido desde el inicio de los tiempos. Antes se les llamaba relaciones perversas, enfermizas, o posesivas.
Pero lo relevante es que hace más de 20 años ni siquiera se observaban como algo nocivo para la salud mental y emocional, al contrario, estas formas de relación codependiente estaban incorporadas a lo normal.
La diferencia es que afortunadamente, hoy por hoy, pueden nombrarse, tipificarse y, por lo tanto, tratarse o modificarse. El aislamiento de la pandemia por COVID-19 trajo a la luz el verdadero grado de toxicidad que manteníamos con ciertas personas o circunstancias y del cual no nos dábamos cuenta.
Podría decirse que es una de las cosas positivas de una situación tan terrible. Ser conscientes de esto es muy importante para que nuestra vida tenga un nivel de funcionalidad aceptable, pues en tanto más relaciones tóxicas se mantienen, más estresante, triste, complicada y molesta se puede convertir nuestra vida.
Es fundamental decir que NO existen personas tóxicas, sino formas tóxicas de vincularse con los demás. Por esto es que con unos podemos ser personas benéficas, y con otros, totalmente lo opuesto.
Las relaciones tóxicas pueden darse en el ámbito romántico, entre familiares, entre colaboradores de trabajo, entre amigos, y entre nosotros y la forma de vincularnos con cualquier aspecto de la vida.
Por definición, una relación tóxica se caracteriza por tener comportamientos que son mental, emocional, y en ocasiones, físicamente dañinos, y, por lo tanto, drena mucha de nuestra energía vital.
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De una u otra forma, son lugares inseguros llenos de control, egocentrismo y dominio de una parte a la otra, y van mermando nuestra autoestima, nuestro crecimiento, nuestra capacidad de tomar decisiones libres, nuestras demás relaciones y nuestro autorespeto.
Estas relaciones no son necesariamente causas perdidas, pero sí requieren de un trabajo sustancial para transformarse en algo saludable, o bien, estar preparados y dispuestos a dejarlas ir.
En contraste, una relación saludable abona a nuestra autoestima y energía emocional, y se convierte en un espacio seguro para que seamos cómodamente nosotros mismos, a que seamos interdependientes con todas nuestras esferas de la vida, y a que nos sintamos libres para crecer de acuerdo a nuestras preferencias, gustos, talentos y capacidades.
Existen algunos indicadores inconfundibles para que se enciendan las alertas de que estamos transitando o propiciando una relación tóxica, por ejemplo:
1. Ser menospreciado, o aplicar menosprecios
2. Estar siempre de mal humor y dirigirse de una forma agresiva
3. Inducir o sentir culpa
4. Sobre-reaccionar y manipular
5. Ser demasiado dependiente (codependiente)
6. Ser demasiado independiente y no priorizar nuestro vínculo
7. Usar o ser usado
8. Ejercer extremo control o dejarse controlar
9. Tiempos largos de estancamiento y letargo, y otras.
Es fundamental que examinemos cómo mantenemos nuestras relaciones más cercanas o importantes, puesto que, si bien no podemos ni debemos cambiar a las personas, sí es posible cambiar nosotros, y hacer los movimientos internos que se requieran para vincularnos de una manera más saludable, ya que las relaciones son la fuente principal para nuestra paz, alegría, momentos felices, atmósferas sanas, y una calidad de vida suficientemente buena y dichosa.