En “Hablar con extraños”, Malcolm Gladwell explica que hacemos suposiciones erróneas acerca de las personas, porque analizamos elementos acerca de ellas que no tienen mucho fundamento. Es decir, “leemos mal” a los demás la mayoría de las veces.
Un paso indispensable que debe dar cualquier sociedad inteligente es fomentar el diálogo. Si solo buscamos a quienes piensan como nosotros, corremos el riesgo de aislarnos y desarrollar prejuicios y estigmas.
Nadie ha dicho nunca que todos debemos pensar igual (aunque se ha intentado hacerlo en diferentes periodos de la historia), pero tal vez ese no es el principal problema, porque lo que tendríamos que impulsar es la tolerancia hacia los argumentos que consideramos opuestos a nuestra opinión.
Es más, la dificultad para comunicarnos en las redes sociales, por ejemplo, reside en el comportamiento de los algoritmos, programados para acercarnos a perfiles que coinciden con lo escrito y lo buscado, sin tomar en cuenta que la formación de un criterio es un proceso complejo que toma muchos elementos que parecerían opuestos, pero no lo son.
Si uno cambia el punto de vista de lo que está debatiendo y trata de comprender a la persona con la que habla, o menciona alguna afición en común, encontraríamos que nuestras diferencias son tan artificiales como la programación que puede elaborarse a partir de unos cuantos clicks y consultas.
El interés por entender y que nos entiendan está en nuestra naturaleza, lo que ocurre es que se nos ha tratado de convencer de que la carga ideológica, entre otras condiciones de origen, creencia, formación, nos definen de manera inevitable, cuando no es así.
He repetido mucho que estamos más cerca de lo que pensamos y si nos convencemos de que somos una sola sociedad, podremos reducir la enorme desigualdad que nos aqueja no solo en lo económico, sino también en lo moral.
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Dividirnos es el peor error que podemos cometer, y no se trata de renunciar a convicciones o a principios, esos son compromisos que hacemos en lo personal para seguir un camino que consideramos correcto para nuestras vidas.
Uno puede tener firmeza en sus ideas y seguridad en valores que defiende; sin embargo, es en el terreno irregular de las opiniones en donde estamos pasando demasiado tiempo, cuando lo útil es ir y encontrarnos cara a cara con quienes piensan de otra forma.
Identificar radicalismos, racismos y clasismos, es muy sencillo: no dan espacio a ninguna forma de diálogo, sobre la base de que, si no se cree en esos estigmas, entonces se está en contra de la persona que los abandera.
Solo que eso es un engaño. Las personas tenemos pasatiempos, gustos, habilidades y aficiones que nos permitan hacer a un lado posturas que impliquen el todo o nada.
El ejercicio auténtico de una vida corresponsable está en enriquecerla de experiencias diferentes, opuestas si es necesario, para que entendamos que tolerar no es soportar a los demás, sino abrir nuestra mente a nuevas ideas y conceptos que nos ayuden a vivir mejor y en paz.
Salgamos un poco de las redes sociales, abandonemos a los algoritmos que solo calculan (igual que nosotros) sobre arenas movedizas las intenciones y los pensamientos de otros.
Hablemos para entender, no para gritar; hablemos para llegar a objetivos en común, no para imponer; hablemos para conocer al otro, porque así también podemos conocernos a nosotros mismos. Hablemos, si así se quiere ver, para que no sea el silencio, ni el ruido, lo que impida que vayamos en una sola dirección.