El grado de afectación que la contaminación ambiental causa a la calidad del aire que millones de personas respiramos diariamente es un problema devastador en la escala mundial. Mediciones de especialistas señalan que siete millones de personas mueren al año por contaminación atmosférica, considerada ya como el mayor riesgo ambiental para la salud pública, al estar expuesta el 92 por ciento de la población del orbe a los daños del aire contaminado.
La contaminación atmosférica debe considerársele, por mucho, amables lectores, la pandemia del siglo XXI; contra ella no hay vacunas ni tratamientos que protejan de sus efectos a la población. Cada nación, con sus grandes ciudades, como México, da la batalla para paliar sus efectos letales, pero realmente no se ha conseguido el éxito deseado.
Es una lucha que parece perdida, donde los más afectados son los niños y los adultos mayores, causando enfermedades cardiovasculares, neurológicas y, según varios investigadores, tuvo mucho que ver en la expansión del Covid-19.
Con esta entrega, inicio una serie de análisis sobre este tema, primero en su contexto internacional para después tratar el caso específico de nuestro país, que es una de las naciones más afectadas por la contaminación en el orbe.
La primera gran acción mundial que se dio a favor del medio ambiente, fue hace 50 años, en Estocolmo, Suecia, donde se realizó la Primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente con el objetivo de dar marcha atrás al deterioro ambiental, mediante lo que se llamó la Declaración de Estocolmo, conformada por 26 principios relacionados con el vínculo entre crecimiento económico, contaminación y bienestar de las personas.
Incluso, amables lectores, como resultado de esa Declaración de Estocolmo, se creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) para definir acciones consensuadas internacionalmente para combatir la contaminación.
Posteriormente, se convocaría a la integración del llamado Acuerdo de París, el cual fue ratificado por 175 países, incluido México, para enfrentar de manera coordinada los crecientes efectos del cambio climático, provocado en mayor medida por la incontrolable contaminación de la atmósfera.
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Sin embargo, amables lectores, pese a estos esfuerzos mundiales ambientalistas.
La contaminación de la atmósfera no cede y está provocando efectos desastrosos al desarrollo humano y cambios climáticos nunca vistos debidos al calentamiento global, como sequías, inundaciones, incendios forestales gigantescos, escasez de lluvia, entre otros.
Llevamos décadas de reuniones, asambleas, conferencias, exhortos, discursos, a nivel mundial, pero en realidad poco o nada se ha realizado en materia de medio ambiente. Enfrentamos un panorama devastador que hace plantearnos la pregunta: ¿la contaminación es una lucha perdida? Existe una clara falta de voluntad política e industrial para una rápida y necesaria transformación energética que deje a un lado la dependencia del petróleo, gas y carbón y recortar de manera radical las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
Por lo que corresponde a la participación de la sociedad civil, en esta batalla, por desgracia se ha comportado como un mero espectador sin involucrarse con acciones contundentes. No hay una cultura ambiental participativa. Y aunque por fortuna existen grupos no gubernamentales pro ambientalistas, por desgracia su voz no es escuchada por quienes toman decisiones.
En este contexto, México tiene una agenda abultada de asuntos no resueltos sobre la calidad del ambiente, tema que veremos en próximos artículos. Debe quedarnos muy claro, amables lectores, que cada día perdido en la lucha contra la contaminación es una sentencia de muerte para todos.
Hasta la próxima.