En las últimas semanas ocurrieron varios acontecimientos importantes en el conflicto que se desarrolla en Ucrania. Por una parte, la anexión a Rusia de cuatro territorios ucranianos: Donetsk y Lugansk, en el este, y Jersón y Zaporiyia, en el sur.
Esta acción fue resultado de un referéndum llevado a cabo en las poblaciones, pero que la comunidad internacional no reconoce. Por otra parte, el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó una movilización de 300 mil elementos reservistas para continuar la lucha.
El despliegue militar empujó la salida de hombres rusos a la frontera que encuentran más accesible. La anexión ya pasó por la Duma y por la pluma del mandatario ruso.
Hace semanas también, Volodímir Zelenski, el presidente ucraniano, emprendió una contraofensiva, con lo que recuperó terreno en el este y en el sur. A la par de este avance, hubo explosiones en el puente Kerch, que une a la península de Crimea con Rusia, y la responsabilidad se le adjudicó a Kiev.
En principio, Moscú no le dio importancia al asunto, pero después señaló que respondería a los “ataques terroristas” ucranianos. La reacción ha sido dura.
Después de varios meses de tranquilidad en el centro y oeste del país, volvieron a sonar las alarmas de advertencia por bombardeos a Kiev, sobre todo por el uso de drones “kamikazes” que provocaron daños a la infraestructura eléctrica y civil en la capital y otras ciudades.
Las reacciones de la comunidad internacional fueron, casi en su totalidad, de apoyo a Ucrania y de condena a la anexión de las provincias y al escalamiento del conflicto. Hace unos días, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó una resolución en la que pide que no se reconozcan los reclamos rusos de anexión, y demanda la revocación inmediata del acuerdo que la estipula.
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Asimismo, el documento saluda y “expresa su apoyo” a los continuos esfuerzos del secretario general y de los Estados miembros, para disminuir la violencia y buscar la paz a través del diálogo, la negociación y la mediación.
La escalada del conflicto alteró el equilibrio regional que Rusia tiene con sus vecinos, pues la crisis en Ucrania se entrelaza con otros temas que perturban la dinámica política de la zona, como la defensa de Kazajistán de sus intereses nacionales y sus intentos para mediar en los conflictos regionales, la decepción de Armenia por la pasividad rusa en su defensa y el beneficio de Azerbaiyán de la debilidad de Moscú en el Cáucaso.
Georgia y Moldavia, por su parte, continúan acercándose a la Unión Europea. Asimismo, Tayikistán y Kirguistán se declararon neutrales en el conflicto ucraniano, en tanto que Uzbekistán y Turkmenistán buscan un alto al fuego. Bielorrusia, en cambio, anunció que formará con Rusia un grupo militar conjunto en respuesta a un “aumento de tensión” en sus fronteras con Occidente.
¿Hasta dónde llegará la escalada del conflicto? México, como la mayoría de los países, llama al cese al fuego, pero los mecanismos para que esto sea posible no parecen estar funcionando.
Hace unas semanas, en el debate de alto nivel de la Asamblea General de la ONU, nuestro país presentó una propuesta para mediar en la crisis y fortalecer las acciones en este sentido del secretario general de la Organización, António Guterres, con el posible apoyo de la India y del Papa Francisco.
Además, en las sesiones hubo un pronunciamiento general para buscar el final de la guerra. Hay coincidencias también respecto a la necesidad de reformar el sistema multilateral, para hacerlo más efectivo.
A la par, se reconocen algunos avances limitados de negociaciones en el marco del conflicto, como el acuerdo para la salida de grano a través de Turquía o el intercambio de prisioneros.
Ante la escalada de la violencia, los países occidentales —bloque encabezado por la Unión Europea, Estados Unidos y el Reino Unido— temen llegar a un punto de no retorno, y han reforzado las acciones para apoyar militarmente a Ucrania.
Sin embargo, no es momento de esperar y observar el desarrollo del conflicto, sino de pensar en soluciones posibles; es una responsabilidad de toda la comunidad internacional, que no podemos evadir.
La mirada al futuro debe considerar el respeto al derecho internacional, la integridad del territorio de los países y la supremacía de la paz, así como no cesar en los esfuerzos de diálogo y negociación.